Se supone que un pasaporte ha de servir para facilitar la movilidad y traspasar sin mayores estorbos las fronteras, pero éste del Covid parece pertenecer a un género extraño, fatalmente contagiado del propio virus que lo ha creado. Ese pasaporte, certificado o pase Covid que se necesita ya para entrar en cualquier sitio, es un salvoconducto discriminatorio, y de ahí la justificada controversia legal y social que está generando.
Dejando a un lado la utilización que de ese hecho hacen los negacionistas, los antivacunas y la ultraderecha, pues se discriminan ellos solos porque les de la gana, el Pase Covid atenta gravemente contra el derecho de aquellos que, queriendo haberse vacunado, no han podido hacerlo por prescripción médica a causa de sus afecciones de salud, y también contra el de quienes, gente joven en la mayoría de los casos, padecieron un efecto secundario lesivo (miocarditis) con la primera dosis, lo que hizo rigurosamente desaconsejable la administración de la segunda. Estos ciudadanos, a los que se niega el pasaporte Covid por no haber completado la pauta de vacunación, no sólo no pueden viajar al extranjero, sino tampoco entrar en un museo o a un gimnasio, utilizar un baño público o tomarse un café en un bar.
De los discriminados por su penosa experiencia con la primera dosis se habla poco, pues se prefiere, para no espantar a los reticentes a vacunarse, incidir sobre el innegable mayor beneficio del inyectable respecto al riesgo, y también porque las farmacéuticas que lo fabrican gozan de un trato de favor que les exonera de cualquier responsabilidad y el cómputo de los casos es farragoso, incompleto o se pierde en los laberintos de la burocracia sanitaria. Sea como fuere, sin embargo, de esas personas despojadas de sus derechos esenciales hay que hablar, y, desde luego, buscar y encontrar una solución para ellas, para ese dislate de un pase Covid que les indocumenta.
Pero también habría que hablar más, y buscar y encontrar la solución correspondiente, de lo que se ha dado en llamar la brecha digital, que sufre en particular la gente mayor que no se apaña con la moderna quincalla tecnológica. Ni tienen el chisme en el que descargarse el cuadradito ese de rayajos, ni si lo tienen saben descargárselo, ni pueden acudir al ambulatorio, tal como está la Atención Primaria, para que les proporcionen el certificado en papel.
Se supone que un pase, un salvoconducto, un pasaporte, un certificado, sirven para facilitar acceso y tránsito.
Para muchos españoles, que ni son antivacunas ni nada, no.