Paz profesional

En los primeros días de la Guerra Civil española, contemplando una parada militar en la rúa del Villar de Santiago, preguntaba un paisano a otro: “a ti que che parece todo isto?” El otro le contestó, “por un lado ti xa ves e polo outro, que queres que che diga?” A lo cual respondió muy serio el que preguntaba, “pois tes razón!”. El sucedido me lo contó Gerardo Fernández Albor, presidente de la Xunta de Galicia, en la tertulia del restaurante Alameda, de Enrique Suárez Noche. Ahora uno, sin ironías, se queda sin palabras, incluso sin ganas de discutir amigablemente, ante un mundo sinrazones en el que los conflictos bélicos han vuelto a Europa sin abandonar otros lugares - Gaza, Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria, etc.-.


Uno contempla las exhibiciones militares como un espejo de quienes preparan la paz para evitar conflictos, como la demostración de que existen seres humanos capaces de prevenir males mayores, que intentan atajarlos con los menores daños, que transforman en profesionalidad lo que antes solo respondía a actos de barbarie, ambiciones políticas o ansias egoístas de botines. Paradójicamente las máquinas de guerra, en lo fundamental, tratan de ser instrumentos disuasorios del mal, ingenios de concordia, avenencia, entendimiento entre los pueblos.


Reflexiono sobre todo ello en medio de las terribles noticias que llegan del conflicto entre el Gobierno de Netanyahu y Hamas, contemplando los devastados pueblos de Ucrania de los que han sido desplazados millones de pacíficos ciudadanos, intentando explicarme por qué no se denuncian otros conflictos, o tratando de comprender cuánto tiempo perdurarán los desportillados que para la humanidad suponen tantos enfrentamientos, hambrunas, acciones violentas o el dominio de las mafias. Pienso como en España no hemos sido capaces de superar las cruentas heridas de una Guerra Civil, de la que en 2036 se cumplirá un siglo, y que mató a unos y otros, separó familias, exilió a muchos por sus ideas y que pervive con sus dolorosas huellas, en las que algunos ahondan cada día no con afán de superación o corrección de errores, sí con rencor e intención de venganza.


Mi reflexión coincide con uno de los mayores ejercicios de coordinación de los tres Ejércitos -del Aire y del Espacio, del Ejército de Tierra y de la Armada-, en Galicia. En una operación denominada ‘Eagle Eye’ con la participación de más de 2.000  militares que ensayan la respuesta ante un hipotético ataque dotados con medios materiales como seis Eurofighter Typhoon, que han aterrizado en Compostela entre un intenso orballo de esta primavera ya tardía.


El General Carlos Prada nos tranquiliza: “en España no hay identificada ninguna amenaza concreta. Las faenas se centran en la defensa de la soberanía de aguas, territorios y espacio aéreo, en la colaboración en conflictos en el marco de la OTAN” y, también, en la protección del ciberespacio ante los ataques informáticos. Nuestro interlocutor estuvo acompañado por el general Pedro Belmonte, director de operaciones del Mando Aéreo de Combate y general jefe del Centro de Operaciones Aéreas; el coronel Javier Caballero, jefe de la sección de operaciones del Estado Mayor del Mando de Combate; el coronel Miguel Ángel Paredes, jefe del aeródromo militar de Santiago, y el coronel Luis Millán, jefe de la Unidad de Defensa Antiaérea MOA.


La tertulia es amable, la información densa, transparente. Espero que tengan razón y perviva el espíritu franciscano de los Caminos de Santiago: Paz y bien. Hoy, los militares españoles son profesionales eficaces a las órdenes de un gran Rey, Felipe VI, que cumple diez años en el trono, al que ha aportado serenidad, juventud y sensatez, y cuyo padre promovió una Transición que nos trajo la paz y la prosperidad. Disfrutémoslas, todos juntos. Estamos protegidos por los Ejércitos y, los creyentes, por el Apóstol. Vale.

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