Se habla de una nueva marea, de pellets, de toxicidad, unos les pasan la pelota a otros, nadie asume la culpa, la responsabilidad va y viene como las olas de ese mar tan nuestro. No voy a profundizar en esos juegos, se lo dejo a quienes les diviertan. De fondo, entre los sonidos de todos esos vientos, se cuelan los recuerdos de mi infancia.
Viajo a las orillas paseadas de niña, los pies que inevitablemente volvían a casa con el “pichi” pegado a la piel después de corretear por Ondarreta, Samil o Riazor, las búsquedas de tesoros entre rocas donde no era difícil encontrar, mezclados con las algas, restos de redes, tapones y de “sabe dios qué” erosionados por el mar. Limpiábamos, seguramente sin querer, mientras jugábamos.
Años más tarde, mucho más tarde, tomamos conciencia. La marea negra seguramente fue un punto y aparte para que las más urbanitas, observásemos a la playa más allá del ocio, al mar más allá del recreo, como fuentes de recursos económicos y sustento para muchas familias. Llegaron las limpiezas colectivas de playas, darles utilidad a los residuos, transformar en belleza lo desechado.
Viajo a los paisajes atlánticos que observo desde la Torre de Hércules, mientras suenan “Ecos de Breogán”. Una experiencia vivida a finales de año gracias a Samuel Diz y Beatriz Fontán, en la presentación del primer disco de Iria Folgado, solista de corno inglés en la Konzerthaus Orchester de Berlín. De nuevo ese ir y venir de las mareas, esta vez con aires de armonía y conexión. Galicia e Irlanda, un mar que nos separa, una cultura que nos une.
Y en todo este “viaje”, que parece inconexo, entrelazo los hilos para dar luz a un “telar” que habla, por un lado, de la importancia de preservar nuestras raíces en su globalidad: la música, la gastronomía y por supuesto nuestro ecosistema y por otro, de hacerlo en equipo.
Será mi pensamiento que a veces se organiza en tela de araña y me ha llevado a crear un paralelismo entre dos situaciones totalmente distantes: la marea de pellets y los “Ecos de Breogán”.
Observo a las personas en las playas y su afán por conservar nuestra naturaleza atlántica. Escucho las obras de Benjamin Britten, Ralph Vaughan Williams, Arnold Bax, Elizabeth Maconchy y Fernando Buíde interpretadas por Iria Folgado en ese deseo de recuperar y conectar raíces celtas. Equipos que se unen en los arenales de manera más o menos espontánea con un objetivo común y valores compartidos. Músicos que se implican, junto a Iria Folgado en un proceso musical desde una propuesta más personal, coincidencia en los gustos y una misma sintonía, Raquel Areal –violín–; Sara Areal –violín–, Héctor Cámara –viola– e Iago Domínguez –violonchelo–.
Sin juicios, haciendo fácil lo difícil, asumiendo responsabilidades, como decía el escritor japonés Ryunosuke Satoro “individualmente, somos una gota. Juntos, somos el mar”.