Hablamos de las imperfecciones de las democracias, de sus techos de cristal…, y esas debilidades, a las que yo defino como naturales puntos de fuga para su perfección, existen. Puntos que se sitúan en las partes superiores de sus seres piramidales y que no han de cegarse o estrecharse en la creencia de que cuanto más angostos o cerrados, más perfectas son, porque es justamente al revés, tanto, que ni aquellas que las seccionan convirtiéndolas en pirámides truncadas, pueden alardear de tal bondad, ya que no se trata de separar la base del vértice, sino de invertirla abriéndola a esa responsabilidad.
Para esta tarea no sirven los actuales dirigentes en el gobierno o en la oposición, y es así porque su propia dinámica se lo impide; ellos hallan su ideal en ese cierre que les permite cegarlas al verdadero espíritu de crecimiento, autoproclamándose como sus vértices y vidas, y no dudan, ante la menor tentación de prescindir o modular su acción, en tildarla como una peligrosa deriva hacia el totalitarismo.
Hoy vemos cómo las democracias del orbe se pervierten en el vértice y se pudren en la base. En España, el gobierno de Sánchez y afines marca su punto de ejemplar progreso al contraponerla con el fondo fijo del retrato dictatorial. Y ese no es el camino, y sí lo es, por el contrario, explorar su verdadera proyección, la de la responsabilidad ciudadana, permitiéndole a cada individuo ser promotor y garante de ella.