Me he saltado la norma, mi alma rebelde -cada día más presente- y una semana de viajes e intensa agenda han pasado de largo el “miércoles de escribir” para aprovechar el jueves festivo, la calma de la casa mientras el día despierta, el silencio del móvil y del correo electrónico.
Escribir tiene su ritual. Me sirvo un café, me acomodo en mi rincón del salón, reviso mis notas y escribo. Me alegro de poder escribir sin una pauta determinada, sin una consigna o una temática condicionada, simplemente dejando que mis manos vayan dibujando palabras en el papel. Si, primero necesito hacerlo en papel, sin líneas, sin cuadrículas, el papel en blanco. Será quizás por esa conexión entre manos y cerebro que nos recordó esta semana Elsa Punset en su conferencia en el marco de “El Mundo que viene”. El movimiento de nuestras manos provoca una respuesta química en el cerebro que nos hace sentir bien. Se liberan endorfinas y serotonina, y ello impide que se segregue cortisol, la hormona asociada al estrés.
Poder escribir para recabar el poder de escribir. Escribo desde niña, como refugio, como espacio donde volcar mis historias, donde transformar realidades, donde imaginar futuros. Escribir como terapia. Siempre ha sido una forma segura de liberar miedos, tristezas, sorpresas, incluso alegrías, y una poderosa herramienta de autoconocimiento. Escribir es muchas veces calmar demonios, hacerlos más pequeños derramados en un papel o en un archivo de texto. Otras, es albergue de universos soñados, de deseos aún no alcanzados y de encuentros con personas desconocidas o (re)conocidas. En estos últimos años, he tenido además la fortuna de participar en talleres de escritura que me han permitido mejorar a nivel técnico y, sobre todo, crecer personalmente, explorando mi faceta creativa -no os engañéis, toda persona cuenta con ella es solo cuestión de liberarla- y destapando capas de miedos e inseguridades ocultas.
Vienen a mi memoria los juegos de palabras y un primer relato publicado en colectivo gracias a Pedro Ramos. Las mañanas del Ágora coruñesa con Chus Molina y un excelente grupo del que no soy capaz de “desengancharme”, a pesar de ser ahora mera espectadora callada de sus compartires, porque siguen aportándome su alegría y compromiso con la escritura. Los más recientes recorridos, de la mano de mi admirada Silvia Salgado, que me han permitido destilar esencias que llevaba atesoradas mucho tiempo, tanto que las había olvidado en rincones de mi cartografía corporal.
Te invito a que explores el poder de la escritura conectando con tu faceta más creativa, soltando prejuicios y limitaciones, liberando los “no puedo”, “no sé”. Canaliza tus emociones escribiendo de manera automática, sin pensar, dejando fluir lo que llevas dentro, reposándolo y releyéndolo después de un tiempo, seguro que descubres cosas curiosas, te descubres. Ordena tus pensamientos, tómate ese tiempo para ti, busca tu rincón de escribir y transforma en reflexiones esas opiniones y pareceres que muchas veces sueltas al azar por las prisas. Reescribe tu vida, rememorando aquellos momentos que parecen hibernados. Sin medir tiempos, sin limitar emociones, simplemente escribe.
Y recuerda, como decía Virginia Woolf, “La verdad que escribir constituye el placer más profundo, que te lean es sólo un placer superficial.”