Empiezo pidiendo disculpas por la ordinariez del título porque, aunque tiene muchas acepciones, algunas muy buenas, es un término que los gallegos utilizamos como recurso para expresar no solo conceptos sino que también sentimientos. Este es el caso. Cuando en la mañana del jueves viajaba en dirección a A Rúa, para asistir a “O gran guateque” que organizaba Turismo de Galicia y que fue todo un éxito, escuchaba la radio del coche las noticias sobre la aparición del prófugo catalán esperando la noticia de su detención, como se iba a producir, en qué momento, con que consecuencias, en fin, me podía la curiosidad sobra como acabaría el sainete separatista. A medida que avanzaba la mañana, escuchaba a Puigdemont dando un mitin ante miles de personas y pensaba… ¡ahora le detendrán!, pero no, la cosa daba a entender que, por prudencia y para evitar males mayores esperarían a que terminara para proceder a ejecutar la orden del juez. Pues tampoco. Acabó su mitin, se dio un paseo por las calles de Barcelona y pensé, pues será cuando vaya al parlamento para actuar con discreción. Pues tampoco. Entonces me enganché a la radio porque tenía mucha curiosidad por saber cómo terminaría el lío. Pasaron unos minutos y tuve que parar el coche. Un locutor informaba de que no se sabía el paradero del prófugo y pensé, ¡no puede ser! ¿se escapará otra vez? Acto seguido el locutor informa de que un mozzo de escuadra fue detenido por ayudar a huir a Puigdemont, al cabo de otro rato ya eran dos los policías detenidos por su colaboración con el huido de la justicia y entonces no pude más que cerrar los ojos y pensar: ¡manda carallo! ¡se escapó otra vez! La prensa internacional empezaba a publicar titulares humillantes para España, se reían de nosotros y nos trataban como a una república bananera. El silencio del gobierno era insoportable. La guardia civil establecía controles en las carreteras provocando grandes atascos, pretendían encontrar al prófugo en algún maletero, pero tampoco hubo suerte. A mi cabeza volvieron recuerdos de aquellas urnas que nunca se encontraron, ni las papeletas del referéndum ilegal, ni nada de nada. La inteligencia española no fue capaz de localizar nada de toda la logística que, de haberse localizado, podría haber evitado la celebración de aquel esperpento de consulta absolutamente trampeado por el gobierno catalán. Puigdemont se había vuelto a escapar ante la perplejidad de todos los españoles. Pues bien, no me creo nada de nada. A este individuo se le dejó escapar con conocimiento del gobierno. A Sánchez ya le da todo igual. Con tal de seguir en la Moncloa le importa un pito lo que tenga que tragarse aunque en ello se deje la dignidad de todo un país. Habrá conseguido la investidura de Illa, pero ¿a qué precio? Me siento estafado como español, avergonzado como ciudadano y decepcionado como constitucionalista que se rige por el derecho y las leyes establecidas. Somos el hazme reír del mundo y, aún encima, pagaremos la factura de las concesiones sanchistas a los separatistas. Claro, entenderán ustedes que ante este cúmulo de despropósitos, a uno no le queden más recursos que mirar al cielo y entonar un ¡manda carallo!, que los gallegos entenderán mejor que los visitantes veraniegos que nos acompañan y que son bienvenidos.