El pasado 3 de diciembre fallecía el artista cubano Omar Kessel (La Habana, 1953) que se había formado en la Escuela Provincial de Artes Plásticas “San Alejandro” de La Habana y en el Instituto Superior de Artes de Cuba. Afincado en Galicia desde 1991, fue profesor de pintura en Oleiros y maestro de grabado en el Centro Internacional de la Estampa Contemporánea (CIEC) de Betanzos. En su trayectoria cuenta con numerosas exposiciones individuales y colectivas, tanto en su país como en Nicaragua, Brasil, California, Méjico o Perú, entre otros. Su obra plástica, lo mismo en el grabado que en la pintura, si bien se inspira en la realidad, se caracteriza por su carácter simbólico y tiene por principal protagonista a la condición humana con todos sus avatares y complejidades; todo esto trata de reflejarlo por medio de un lenguaje personalísimo donde los personajes, a los que representa a menudo con trazos expresionistas, se sitúan en escenarios dramáticos. De ahí que rompa con los cánones anatómicos, para devolvernos cuerpos y rostros llenos de patetismo que muestran las tensiones del alma y testimonian de la eterna lucha entre Eros y Tánatos. Uno de los temas que trata a menudo es el del desnudo que se caracteriza por sus rotundas carnaciones, lo que traduce tal vez la exuberancia de su tierra natal, pero también nos hablan de la Eva adámica y de sus tentadoras incitaciones; esto queda patente en el gran lienzo “La otra caída” donde, sobre un fondo de rojizas explosiones, contra el que se yerguen como asustadas dos mujeres desnudas, se ve pasar corriendo a un hombre que parece huir espantado. A veces, establece un paralelismo entre esa desbordante configuración anatómica de la mujer con la potencia de la naturaleza, que genera frutos poderosos, así lo refleja en el óleo “Vaya fruta bomba”, donde pone en paragón un voluminoso y descabezado desnudo de mujer con una enorme fruta verde con forma de pera que va atravesada de arriba a abajo por un raja roja que es una clara evocación de la vulva femenina. Omar Kessel buscó, ante todo, como hizo constar en su trabajo de Graduación, que no le interesaba el calco naturalista, sino captar las fuerzas actuantes que nos rodean y nos condicionan; de este modo consiguió construir escenas inquietantes que son verdaderas parábolas ontológicas sobre nuestra eterna lucha como humanidad. En toda su creación mostró, además de su singular imaginario, su gran dominio del oficio, tanto en el dibujo donde la línea se desliza con soltura y fluidez, como demostró en su serie “Sólo lápiz”, como en la pintura donde consigue conjugar una matizada armonía cromática con los juegos de contrastes; un aspecto fundamental es su manera de articular la composición y su aéreo tratamiento de la luz. La suya es una obra compleja, marcada por un hondo lirismo que va del gozo al dolor y de la esperanza al desengaño, de este modo buscó mostrar el azaroso destino humano con todos sus eternos anhelos y con todas las antítesis que luchan en su interior.