Diez años, sí, han pasado diez años desde que Felipe de Borbón se convirtió en rey. Me resisto a escribir eso tan manido de “parece que fue ayer...” pero lo cierto es que estos diez años se me han pasado deprisa.
Pero no es del paso del tiempo de lo que quiero escribir sino de Felipe VI, el rey constitucional, el rey prudente.
Si durante la Transición muchos militantes y votantes de izquierda se decían “juancarlistas”, la tentación ahora es decir que se es “felipista”, pero me parece errónea la definición, creo que, al menos en mi caso, es más sincero y directo afirmar que soy constitucionalista y que el Rey forma parte del paquete constitucional. Por tanto, respetar la Constitución del 78, esa que votamos por abrumadora mayoría los ciudadanos, pasa también por ese respeto y defensa del Rey.
Naturalmente hay quienes defienden la Constitución, pero les gustaría modificarla en algunos aspectos, entre otros, que España deje de ser una monarquía parlamentaria. No es mi caso, hoy, aquí, ahora, por mas que antaño sentía la pulsión republicana. Pero el transcurso de los años me ha ido enseñando que lo importante es que la forma de Estado sea democrática, y que no lo es más una República que una Monarquía parlamentaria como la nuestra. Resulta cansino recordar que buena parte de las democracias europeas se organizan en torno a la Monarquía, y que hay repúblicas, a lo largo y ancho del mundo que son dictaduras y autocracias.
Y, llegados a este punto, la cuestión es que cuando Podemos hizo su aparición, pecando de cierto adanismo, en el que continúan, comenzaron una campaña contra lo que despectivamente denominan “régimen del 78”, entre cuyos pilares se encuentra la Monarquía.
Ciertamente, su campaña contra nuestra Monarquía constitucional, se vio favorecida porque salieron a la luz pública, comportamientos nada ejemplares de Juan Carlos I, y eso contribuyó a que muchos ciudadanos se preguntaran sobre la virtualidad de la Monarquía.
Es obvio que don Juan Carlos cometió errores, que se permitió a él mismo,lo que no se debe de permitir un rey constitucional, que puso la Corona al borde del abismo con su comportamiento poco edificante y casi frívolo. Pero sería injusto olvidar que fue una figura imprescindible para la restauración de la democracia y que, en aquellos años difíciles, supo estar a la altura de las circunstancias.
Su abdicación, dando paso a su hijo, abrió una nueva página en la historia de nuestra democracia. Y, ahora sí, voy a detenerme en la figura de Felipe VI, el rey constitucional y prudente.
Es un rey “impecable”. Un rey cuyo empeño es serlo de todos los ciudadanos, porque la Constitución es su hoja de ruta. Un rey que ha modernizado la monarquía desde la sobriedad. Un rey que escucha y que está atento a los cambios que se vienen produciendo en la sociedad. Un rey que siempre está en su sitio. Y, sinceramente, no se me ocurre a nadie mejor para representar a España.
Me parece a mí que, en estos diez años, un velo de cierta tristeza ha ido empañando la mirada de Felipe VI.
No, no es fácil ser rey de España y en mi opinión, Felipe VI lo es, no solo porque es hijo de Rey, sino porque se ha sabido ganar el puesto.
Así que en este décimo aniversario no tengo el menor empacho en exclamar :”Viva el Rey! y “Larga vida al Rey”, a este rey constitucional y prudente.