Hace muy poco tiempo la democracia española se vio sorprendida por la irrupción de una serie de líderes que crearon nuevos partidos políticos e hicieron pensar a muchos ciudadanos que el bipartidismo había muerto. Parecía como si nuestro sistema hubiera incorporado a una nueva generación que cambiaría para siempre el mapa político nacional. Hay que decir que fue una aparición ilusionante y exitosa, tanto Ciudadanos como Podemos y Vox consiguieron resultados electorales sorprendentes y llegaron a soñar con desbancar al PP y al PSOE y estuvieron muy cerca de conseguirlo. Alberto Rivera tuvo en su mano entrar en un gobierno con el PSOE que hubiera evitado males mayores como quedó demostrado con el gobierno de socialistas y podemitas, cuyas consecuencias arrastramos hasta el día de hoy. Rivera se llenó de ego y arruinó aquel proyecto enterrando muchas ilusiones y decepcionando a todo un país. Iglesias parece haberse inspirado en Rivera y cavó la fosa de Podemos nombrando a dedo a su sucesora y traidora, Yolanda Díaz, que una vez que tomó el relevo hundió a los fieles al proyecto de Iglesias para proclamarse la “reina” de la extrema izquierda y su invento de Sumar ya tiene preparado el nicho en el panteón del cementerio de Podemos. Y tras ellos llegó Abascal que consiguió resucitar el voto de la derecha más dura para hacer de Vox una fuerza política importante, la tercera en el parlamento español. Ocupó también despachos de poder de mano de sus acuerdos con el PP, obteniendo asientos en los gobiernos de varias comunidades autónomas y ayuntamientos de toda España. La fuerza de Vox parecía consolidarse y desde los gobiernos en los que participaba tenía la oportunidad de pasar de las palabras a los hechos y demostrar que estaban capacitados para gobernar. Todo esto hasta el pasado jueves, día en que Abascal decidió abandonar los acuerdos con los populares para pasar a la oposición contra el criterio de algunos de sus correligionarios que valoraron la estrategia de arriesgada y peligrosa para el futuro de Vox. Los tres líderes mencionados en este artículo tienen algo en común y no es su ideología: han sido capaces de levantar de la nada tres fuerzas políticas indiscutiblemente relevantes en España, pero también de cargárselas inexplicablemente. Los errores de Rivera e Iglesias están más que analizados y sus nombres ya tienen lápida en el cementerio político español, Abascal todavía no, pero por el camino que va pronto despejaremos dudas. El centro derecha español tiene como objetivo acabar con el gobierno de Sánchez y sus socios comunistas, filo etarras y separatistas y el electorado conservador comparte y anima a sus fuerzas políticas a conseguirlo. Abascal ha elegido el peor momento para facilitar a Sánchez un cambio en el foco mediático: de Begoña, el hermanísimo, la crisis migratoria y la ruina de las economías familiares pasaremos al debate de la ruptura de las derechas, regalando una baza a Sánchez con la que , el todavía presidente, no contaba. Habrá razones demoscópicas detrás de esta decisión, es posible, no lo sé, pero la inoportunidad del momento elegido es mayúscula y las consecuencias imprevisibles. No pintaba bien la desaparición de Espinosa de los Monteros, ni tampoco la baja de algunos cargos que han decidido permanecer en los gobiernos con el PP. Si en alguna comunidad se adelantan elecciones tras la ruptura de Vox, será el momento de medir las consecuencias para Abascal y su proyecto político.