Samba

El otro día volví a Manderley. Bueno, en realidad crucé la frontera que separa los humildes barrios de aluvión de OrtegaLand City, más allá de la Plaza de Pontevedra. Con decisión me aventuré por los Cantones hacia El Parrote y hasta alcancé a ver la puerta misteriosa del parking de Amancio con un portero de semblante adusto guardando el castillo. 


Había quedado con unas amigas de la infancia para comer en un restaurante de comida casera de madre que hay por allí, y mientras esperaba (suelo llegar siempre más temprano para ojear el terreno) me senté en una terraza en Puerta Real, sintiéndome un poco bastante deslumbrada con tanto blanco y tanto sol que parecía La Sociedad de la Nieve. En fin, pedí una caña y me senté a esperar, dedicando esos minutos a cotillear a la gente que paseaba con curiosidad de escritora. Una cosa me llamó poderosamente la atención: las zapatillas. Los playeros. Las bambas. Las chicas, las señoras mayores, llevaban Adidas Samba blancas con las tres rayas negras.


En Coruña hace unos años era impensable que las señoras llevasen unas Adidas Samba. Las chicas jóvenes solían usar la Converse, las Vans y la NB, pero nunca unas Adidas, calzado de chicos de barrio, de miembros de grupo indie, de nostálgicos de los años 70 y de las camisetas de la Naranja Mecánica. Las zapas que las chicas podían pillar de la marca eran unas bastante horteras, blancas con las rayas rosas como un Frigopié, nada glamurosas y muy típicas de las tiendas de barrio, o las socorridas Stan Smith con el talón verde de toda la vida. Pero las Samba eran para los chicos, en el caso de que ellos las pudieran encontrar, que a España a duras penas llegaban más modelos y si querías alguno tenías que irte a alguna callejuela londinense ávida de nostalgia. 


He ahí mi sorpresa cuando veo grupos de chicas todas con el uniforme Inditex, pantalón ancho, bomber o abrigo largo color beige, cara absorta en la pantalla del móvil y calzadas con las Adidas Samba (creo que hay unas Vegan, será que no comen pollo o algo) como si fueran clones. No solo chicas, también señoras que hace unos años llevarían sus tacones finitos y solo los tenis para ir al gimnasio. Llevada por la curiosidad, me enteré que son moda en todo el pijerío mundial: las influencer no se las quitan de encima, las celebridades las llevan hasta a los Oscar, la hija de Bono quienquiera que sea las tiene de todos los colores y no eres nadie ya sin tus Adidas Samba que, por cierto, cuestan mucho más que hace dos años.


Yo, que soy fan de las Samba desde hace años, me estoy planteando abandonar la marca. Convertirme a las J´Hayber antes de que sean tendencia, esas zapatillas incombustibles y atemporales, sacar del trastero los Puma de colores antimoda, intentar ponerme unos tacones o customizar unas botas de cowboy que afortunadamente se están empezando a No-Llevar. 


“Eso me pasa por salir de mi zona de confort”, me dije. Una breve incursión en OrtegaLand City y ya estoy metiendo las Adidas en una caja para bajar al desván. Ahora solo falta que se vuelvan a llevar las camisetas de Naranjito. Si rebusco en el trastero quizá aún encuentre alguna…

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