El sexo se ha utilizado tanto para atraer la atención que ha perdido parte de su gancho. Quizá funcione para el clickbait, pero estos días se ha publicado que la generación Z está saturada. Japoneses y coreanos, dicen, son los campeones de la virginidad, y se casan con sus avatares digitales o consigo mismos. Cineastas como Yorgos Lanthimos, el director de la nominada Pobres Criaturas, se quejan de que no saben cómo tratar la cuestión (otros directores parece que tampoco saben cómo tratarla en su vida privada ahora publicada). La pornografía está en el punto de mira y prometen candados digitales justa ahora, cuando llevamos más de un cuarto de siglo de acceso descontrolado en la red… Pero una vez que he conseguido su atención hablando de sexo, permítanme un giro de guion. ¿Saben quiénes reclaman constantemente su atención pero nunca (casi) pueden recurrir al sexo (menos mal)? Los políticos. Y hoy empieza la campaña. ¿Cómo lo hacen? Con la otra palabra mágica: gratis.
Primero, han atacado con los bonos. Y está bien, que a nadie le amarga un dulce. La estrategia no resulta muy novedosa, enlaza con las bajadas de impuestos, las subvenciones, los subisidios.., pero en formato bono tiene un cierto tirón entre los más jóvenes, esos que votan por primera vez y hay que fidelizar para el partido.
Naturalmente, luego están las palabras tótem habituales: libertad, igualdad, patria, justicia… etc. Que aunque no se materialicen en nada concreto ni nos afecten de forma individual, siempre enardecen corazones, levantan banderas y provocan odios agotadores.
Y además, muy poco a poco, empiezan a plantearse pequeñas medidas que no sé si ya captan nuestra atención. Pero deberían. Me refiero a esas pequeñas cosas como las gafas, los empastes, los audífonos… sí, esas tonterías que llevan años sin entrar en la seguridad social. Quizá porque le interesan más a los “viejos”, y ya se sabe que, oye, “ni que les aumentes la pensión cambian de voto”. Puede que no, o puede que sí.
Entre tanto monstruo de Twitter o X, tanto Tiktok o Instagram, y con tantos medios de trinchera hablando de Puigdemont, Sánchez y Feijoo, casi parece imposible fijarse en esas propuestas (ojo que lo de los audífonos me lo he inventado, no he visto que nadie lo proponga aún, lo siento). En Internet el algoritmo nos persigue con el bulo y la exageración. No deja hueco para lo nuestro. Todos nos enteramos de que condenan a Trump por difamación y tiene que pagar 83 millones de dólares. Pero apenas destaca que condenen al Sergas por la pérdida negligente de un testículo y deba pagar al paciente solo 20.000 euros. Un gallego tiene escasas posibilidades de cobrar una indemnización a la americana. Es un pequeño ejemplo de lo que importa y de lo que es importante. Para el algoritmo y para nosotros. Eso sí, quizá haríamos click si el titular fuera “20.000 euros por un huevo” o “el precio de un cojón”.
Comienza la campaña. Elecciones gallegas sin la competencia de las vascas, como novedad. Los medios madrileños y las redes sociales, que no suelen poner el foco por estos lares, se lanzan a hablar de Galicia con los habituales clichés de “sitio distinto”, “alcaldes raros”, “lo que no pasa en Galicia…”, son (somos) “indecisos”, “conservadores”… aunque claro, por favor, también “inteligentes”, “prudentes” o “solidarios”, no vaya a ser que nos sintamos ofendidos. Pero no dejan de vincular nuestras elecciones autonómicas con Puigdemont, es su forma de hacer interesante el tema para los que no son gallegos. Lo puedo entender.
Lo que no entiendo es que nosotros les prestemos atención. Sobre todo cuando por fin, aunque muy poco, empiecen a asomar esas cositas. Las que de verdad importan.