De vez en cuando conviene apartarse del rifirrafe político diario para ver los problemas desde una perspectiva más amplia, menos inmersa en el “y tú más”, el “no es no” o cualquier otra exclusión o veto de quienes no piensan como ellos. Estos políticos no son capaces de dialogar, de negociar, de pactar con el que piensa diferente, aunque represente a una mitad de la población, y prefieren ceder ante quien puede garantizarles el acceso o la continuidad en el poder, al precio que sea.
Ni siquiera en asuntos de estado, como la educación, la justicia, la sanidad, la fiscalidad, las pensiones, la reforma de las Administraciones públicas, la revolución tecnológica, el cambio climático, etc. es posible el diálogo y el acuerdo para sacar estas cuestiones de la lucha fratricida. La esperanza de cambio no parece estar en estos políticos de hoy y debería estar en los que se están formando en las aulas. Pero lo que se percibe tampoco es muy alentador. José Antonio Marina ha dicho que “si España pierde el tren del aprendizaje, seremos el bar de copas de Europa” y tiene razón: el turismo sigue siendo nuestra principal industria y no se están desarrollando suficientemente otras alternativas, la primera la tecnológica, para ser punteros en otras industrias. El dinero de los Fondos Europeos, con una gestión oscura y opaca, no se sabe cómo se está invirtiendo ni con qué prioridades.
Nos faltan buenos informáticos, médicos e investigadores y deberíamos tener mejores profesores, pero los más jóvenes no creen atractivo ese trabajo, muchas veces ingrato y casi siempre duro e insuficientemente pagado. Los cambios educativos sin consenso y rebajando permanentemente el nivel, no ayudan. La Universidad española retrocede a su peor clasificación en la elite mundial -ninguna entre las 200 primeras, solo nueve entre las primeras 500- y los que terminan su carrera no tienen garantizado un puesto de trabajo digno ni inmediato que les permita emanciparse.
En la mayoría de los casos se instalan en una larga precariedad. La edad de emancipación de los jóvenes supera, por primera vez en España, los 30,3 años, cuatro más que en Europa, la tasa de paro juvenil duplica la general y quintuplica la europea, y los jóvenes son candidatos a ser trabajadores fijos discontinuos, es decir a trabajar de vez en cuando aunque figuren como indefinidos. Ser independientes, acceder a una vivienda digna, formar una familia no es una posibilidad sino una utopía. Quienes nos gobiernan ponen el foco en que las niñas accedan a carreras científicas o técnicas, pero una encuesta reciente señala que la mayoría de las niñas, el cuarenta por ciento, quieren ser profesoras o veterinarias y que los niños no quieren ser investigadores ni tecnólogos sino futbolistas (35,8 por ciento) o policías (9) y que su aspiración, cuando trabajen es ganar sueldos millonarios, (64 por ciento) y como segunda opción (17,2), un sueldo de “entre 1.000 y 2.000 euros”.
Hay otros datos interesantes, como los que recoge el libro “Descalzos por el parque”, de la Universidad Pontificia de Comillas. Donde hay pobreza es muy difícil que haya esperanza y nuestros datos hablan de una enorme desigualdad. “Dos de cada cinco trabajadores con hijos que viven en barrios vulnerables, según ese libro, piensan que su trabajo no es un buen ejemplo para la formación de sus hijos y el 52,4 por ciento de los que no trabajan jornadas completas piensa que sus trabajos carecen de suficiente utilidad social como para ser una buena influencia para sus hijos.