Triste y cabreado

Lo que está sucediendo en Valencia y Castilla la Mancha y que amenaza ya a alguna zona de Andalucía, además de inaudito, es indignante. Siento pena por las personas fallecidas, por sus familias y amigos y se me hace un nudo en la garganta cuando pienso que exactamente lo mismo ha podido pasarnos a cualquiera de nosotros. Gente con una vida normal que coge su coche para ir a trabajar o sale de compras a la calle, vamos lo normal en cualquier ciudadano en su vida cotidiana. Es verdad que los medios de comunicación habían avanzado que vendrían fuertes lluvias, alguno hablaba ya de una “Dana”, pero es cierto también que nosotros no somos entendidos en la materia y que podemos pensar que lloverá mucho y punto. Con esa ignorancia sobre fenómenos meteorológicos, pues cogemos un paraguas o nos ponemos un calzado para superar las incomodidades de una “mojadura”, pero hasta ahí llegamos. Lo sucedido a la vera del Turia no ha sido esto. Se avecinaba una catástrofe con consecuencias tremendas y nadie, absolutamente nadie, alertó a la población del riesgo que corrían. Aquí paso de la pena y la empatía al cabreo. Pagamos un gobierno central, diecisiete gobiernos autonómicos, otros tantos parlamentos además del congreso y del senado, mantenemos más de ocho mil ayuntamientos, diputaciones, sub delegaciones del gobierno, televisiones autonómicas, miles de radios públicas municipales y todos los técnicos y funcionarios que esto conlleva. Pues todo eso no ha servido para nada. Al final, el ministro Marlasca se apresura a salir a los medios para decir que la alerta dependía de la comunidad autónoma. La Aemet es estatal y también la pagamos todos los españoles, tenía conocimiento, poco, de lo que supondría una alerta roja o naranja y esto se silenció hasta que ya era demasiado tarde. Ahora me cuentan que el radar de la Aemet no funcionaba bien desde hace algún tiempo, lo que le llevó a pronosticar que caerían unos ciento cincuenta litros por metro cuadrado, cayeron quinientos, ¿era previsible? Sí. La agencia francesa, homologable a la española, anunció unos cuatrocientos litros por metro cuadrado y esa predicción hubiera hecho saltar todas las alarmas. Pero lo más indignante es que no exista un protocolo de aplicación automática, unas normas de obligado cumplimiento en función de la gravedad de las previsiones que nos haga tomar conciencia real del volumen del problema que se avecina. Sin ese protocolo, docenas de personas han fallecido por circular en su coche, otras muchas por ir al garaje a intentar salvar su vehículo, otras por salir a la calle y, gracias a Dios, los colegios no tuvieron más que problemas materiales. ¡Como es posible! Algún asilvestrado dice que no se puede alarmar por “si no pasa nada”. Un error, si no pasa nada ¡mejor! Pero los técnicos tenían datos que les permitían pensar que lo que sucedió iba a pasar. Igual que sabemos que en caso de incendio no se debe utilizar un ascensor, podríamos saber que en caso de alerta roja no se va a trabajar, no se va al colegio, no se coge el coche, no se sale a la calle y, si vives en un bajo, debes buscar refugio en pisos superiores. Pero para esto, ha de existir un protocolo que debe dictar el gobierno central y que, por Ley, deben de aplicar todas las comunidades advertidas. El estado ha fallado, ahora los políticos se tirarán los trastos a la cabeza, nos da igual, cerca de doscientas familias, quizá más, ya no tienen consuelo y los españoles nos sentimos más vulnerables. ¿Servirá lo ocurrido para evitar futuros desastres? Me temo que no, lo que importa es atender las exigencias de nacionalistas, incrementar impuestos o renovar el consejo de RTVE.

Triste y cabreado

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