Por fin el frío se ha ido colando entre los días, unas veces disfrazado de sol, otras vestido con lluvias y, por momentos, envuelto en vientos. Sí, por fin el frío.
Reivindico para cada estación su tiempo y si es invierno toca frío, neblinas matinales, los días cortitos y las noches abrazando las mañanas.
Últimos días antes de Navidad. Apuramos las compras, recorremos las estanterías de las librerías buscando inspiración, nos dejamos envolver por aromas para regalo, brindamos con unos y con otras, paseamos rodeados de luces. Luces que adornan las calles, luces que asoman desde las ventanas.
En casa ya no hay niños y la nostalgia se esconde entre las cajas etiquetadas como “Navidad”. Las guirnaldas de espumillón han dado paso a lazos de seda y terciopelo. El árbol y las bolas de cristal ha ido sustituyéndose por centros y otros adornos más “adultos”. El Belén de múltiples piezas ha encogido y tan sólo un Misterio hace acto de presencia en el salón de casa de mamá. Quizás por todo ello, sigo observando lo que ocurre tras las ventanas, Calor, belleza, ilusión.
En mis paseos, especialmente cuando la noche ya ha caído, me cuelo en las casas que llaman mi atención. Árboles de múltiples tamaños, luces que titilan en balconadas, árboles, jardines. Me confieso voyeur de felicidades ajenas, historias que ocurren tras los cristales o las verjas. La belleza está en los detalles simples y la magia en las miradas infantiles.
La Navidad tiene esa capacidad de transformar la cotidianidad en algo extraordinario. El mismo salón que durante el año acoge discusiones por tareas domésticas o la rutina del teletrabajo se convierte en todo un escenario digno de algún cuento de Dickens. Decorar no es solo colgar adornos; es un acto de resistencia, un “esto aún importa” en medio de un mundo que parece acelerarse o donde las ausencias pesan pero no derrotan.
Están las ventanas y están los observadores y sus miradas. Miradas que se detienen en cada detalle y buscan recuperar la Navidad perdida. Miradas de los más peques que curiosean y celebran lo extraño, lo divertido, lo llamativo. Miradas indiferentes, que miran sin ver.
Las ventanas, como capítulos de libros, nos cuentan historias, con banda sonora de conversaciones variopintas y algún que otro villancico, olores que trascienden sus espacios, jengibre, canela, clavo. Ventanas vacías, cristales oscuros, historias más silenciosas, de aromas neutros.
Quizás la magia de la Navidad sea recogerse, mirar hacia dentro y darse la oportunidad del (re)nacimiento, de iluminar el espacio donde ser, donde prevalece la palabra propia y la esencia genuina.
Quizás la magia de la Navidad es la que recoge Gabriela Mistral cuando dice “la Navidad no es un acontecimiento, sino una parte del hogar que uno lleva siempre en su corazón.”
¡Feliz naVIDAd!