Aunque un día como hoy se empiece con la tramitación de una urbanización, hasta que pasen al menos cuatro años no se convertirá en realidad. Lo comentaba el alcalde de Oleiros esta semana en la SER criticando tantas promesas de vivienda que no se cumplirán. Yo le escuchaba en el coche, yendo por Lavedra, viendo los solares vacíos de Someso o del antiguo concesionario de la Mercedes que, ahora que el brutalismo se reivindica cinematográficamente, era un icono de la arquitectura local quizá no del todo valorado. Cuatro años, dice Ángel García Seoane… Será cuando las cosas van rápidas. Ya he perdido la cuenta del tiempo, ¿20 años? Claro que hubo una crisis, la misma que paralizó Someso y acabó con CaixaGalicia y sus torres. Pero por qué diablos se tarda tanto en construir en este país si se necesitan 600.000 viviendas, si es la principal preocupación de la gente, por encima del paro, los sueldos, las pensiones, la sanidad o la justicia, que ya es decir.
Vale, lo sabemos todos: la burbuja, la burocracia, la normativa, la falta de personal en los municipios, la descoordinación entre administraciones, los sistemas arcaicos de trabajo muchas veces con cinta métrica en la mano, problemas financieros, de gestión del suelo… El suelo… en este inmenso país tenemos una densidad de población ridículamente baja comparada, por ejemplo, con Alemania, pero resulta que sufrimos una escasez de suelo endémica. Y un mecanismo público para la construcción y hasta la rehabilitación de vivienda tan exasperante e ineficiente como aparentemente imposible de mejorar. Y no hacemos nada.
García Seoane ponía el plazo de cuatro años como una explicación de por qué a los políticos no les importa demasiado por aquello de los ciclos electorales. Como él lleva 40 años en el cargo, incluido su pequeño paréntesis, se puede permitir criticar el cortoplazismo de los mediocres que tienen menos éxito en las urnas. Cierto que la culpa es de quien maneja el marco legal, que corresponde esencialmente a Gobierno y Autonomías. Pero también hay una responsabilidad en los ayuntamientos. Y, por supuesto, en los votantes. Porque si se vota olvidando las verdaderas preocupaciones nos merecemos que nunca se solucionen.
A veces resulta incomprensible que un gobernante salga reelegido. Por qué votará un parado al gobierno que no engrasa en mercado de trabajo, un pensionista a quien no le sube la pensión, una víctima a la que no se sale el juicio en años, un paciente en eterna lista de espera o una persona que no encuentra piso a pesar de haber, dicen, cuatro millones de viviendas vacías en su país o 20.000 en su ciudad. Será cierto que votamos con el corazón, no con la cartera ni con la cabeza. Puede ser que seamos idiotas. Borregos enfadados o mansos, de uno y otro lado, pero borregos al fin y al cabo.
Solares vacíos, viviendas vacías, gentrificación le llaman, sin promoción pública, con pisos turísticos, fondos buitres, pelotazos, bancos “buenos” que cobran mucho y pagan poco, banca mala que ni arregla ni deja arreglar, “inquilinas” contra propietarios, inseguridad legal, okupas, impagos, desahucios… cuántas palabras generando espectáculo y venta de alarmas. Se habla constantemente de todos estos problemas, y muy poco de esos cuatro años que denuncia García Seoane. Y quizá si se redujeran a seis meses, la entrega de pisos entraría en el periodo de un mandato y se ganarían votos merecidamente. Debe de ser muy complicado, muy difícil eso de simplificar.
A lo mejor hay quien se beneficia con este monstruoso retraso. No me digan más: los herederos de los boomers. Es una conspiración demográfica diabólicamente orquestada. Pues pobres de ellos cuando se enteren de las plusvalías que tendrán que pagar. En eso sí que espabilan los ayuntamientos.