¿Sabías que si te duele el brazo izquierdo y notas opresión en el pecho, eso puede indicar que estás sufriendo un infarto, pero solo si eres un hombre? Si eres mujer, lo más probable es que experimentes síntomas digestivos como náuseas, vómitos e indigestión, así como dolor en la espalda y en la mandíbula. La idea preconcebida que tenemos sobre los síntomas del infarto es lo que nos lleva habitualmente a confundirlos cuando le ocurren a una mujer, lo que hace que no sean diagnosticadas a tiempo, en muchas ocasiones con consecuencias graves.
¿Y sabías que la vacuna contra la COVID provocó alteraciones menstruales en miles de mujeres que no fueron detectadas previamente en los ensayos clínicos? El fenómeno lo estudió la investigadora de la Universidad de Granada Laura Baena, porque esos trastornos menstruales no se habían tenido en cuenta en el diseño de la vacunación ni en los ensayos previos.
Estos son solo dos ejemplos –hay muchos más– de lo que se conoce como el sesgo de género en medicina, que se define como la “prestación de asistencia médica de forma inapropiadamente distinta o similar en base a la evidencia científica disponible a mujeres y hombres”, según las investigadoras Elisabet Tasa-Vinyals, Marisol Mora Giral, Rosa María Raich. Es decir: el diseño y abordaje de la medicina y de todos los temas relacionados con la salud desde un punto de vista androcéntrico, que toma como modelo y referente el cuerpo de los hombres y luego lo extrapola a las mujeres.
El sesgo de género en medicina tiene que ver con el diseño y abordaje de la medicina y de la salud desde un punto de vista androcéntrico, que toma como modelo y referente el cuerpo de los hombres y luego lo extrapola a las mujeres.
Este abordaje masculinizado de la medicina tiene consecuencias en las mujeres, que a menudo son infradiagnosticadas o directamente ignoradas por los profesionales de la medicina. Así lo explica la médica Carme Valls Llobet en su libro Mujeres invisibles para la medicina (Capitan Swing, 202): “El cáncer de mama, las enfermedades cardiovasculares, las enfermedades mentales sin tratamiento, englobadas aún bajo el triste calificativo freudiano de histeria, la osteoporosis y otras enfermedades asociadas a la menopausia no son más que algunos ejemplos que, junto a la anorexia o la bulimia, claman por una medicina adaptada a la mujer”, explica Valls en su obra.
Esto también influye en las enfermedades mayoritaria o completamente femeninas, como la endometriosis. Según datos del Ministerio de Sanidad, el diagnóstico de esta enfermedad, que causa fuertes dolores menstruales por el crecimiento anormal del endometrio, se demora de media entre siete y ocho años. Siete u ocho años de media solo por el diagnóstico. ¿Y por qué? Una vez más, por el sesgo de género y la visión prototipada de la salud: desde pequeñas pensamos, y se encargan de recordárnoslo, que lo normal es que la regla duela, cuando no es así.
Aunque cada vez hay más profesionales actualizados, todavía sigue habiendo mucho desconocimiento en torno a la perspectiva de género aplicada al ámbito de la salud. Y se trata de un enfoque necesario, que mejoraría la calidad de vida de muchas mujeres revisando algunas de las ideas que las han dejado siempre al margen de la investigación. Las expertas en la materia, como Elisabet Tasa-Vinyals, Marisol Mora Giral y Rosa María Raich, proponen “un cambio de paradigma que permita la construcción de un cuerpo de conocimiento médico más preciso e inclusivo, así como de un sistema de salud más justo y equitativo”. Incluso la Organización Mundial de la Salud lleva años proclamando la necesidad de cambiar el foco para poner a las mujeres en el centro. Mientras tanto, la mitad de la población se verá afectada por prácticas médicas que, en el mejor de los casos, no tienen en cuenta sus características específicas.