Superar las consecuencias un daño cerebral es una "recompensa al esfuerzo" de una rehabilitación que "a veces no llega cuando uno quiere, pero siempre acaba llegando". Así lo expresa Manuel Enrique Pérez, víctima de un ictus hemorrágico en enero de 2022 que le produjo una hemiplejia del lado derecho, tanto en la pierna como en el brazo.
"Voy avanzando bastante en el pie, empecé en sillas de ruedas. La rehabilitación me ha hecho abandonar la silla de ruedas y andar en muletas", dice a EFE en la sede de la Asociación Cordobesa de Daño Cerebral Adquirido (ACODACE), donde continuó la rehabilitación tras cerrar un ciclo de nueve meses en el hospital público, donde no le dieron más oportunidad de continuar su recuperación.
A ACODACE acude dos veces por semana al terapeuta, al logopeda y al fisioterapeuta y donde intentar participar en otras de sus actividades, como los talleres o excursiones.
El taller en el que participa Manuel es único y en él hay personas con daño cerebral y otras enfermedades neurológicas similares, por ejemplo, Parkinson o lupus, explica a EFE Marta Zafra, psicóloga de la asociación, que precisa que en ellos se trata de "dotarles de herramientas que les permitan hacer frente a su día a día a las adversidades, con lo que han sufrido".
La especialista concreta que se trata de "herramientas de asertividad, de resolución de conflictos, se intenta instruir en inteligencia emocional, ya que tras sufrir un daño cerebral o una esclerosis múltiple su autoestima se queda mermada, las redes sociales que tienen se disminuyen, dejan de hacer actividades de ocio y todo esto repercute a nivel personal y a nivel familiar".
Marta Zafra trata de que “entren en una dinámica en forma de juegos porque hay que instruirles en inteligencia emocional, en autoestima” que para ella también tiene recompensa: "Lo que más agradezco es cuando llegan los lunes y me dicen que estaban deseando que pasara el fin de semana para llegar al taller, al fin y al cabo, es una ayuda para ellos y una ayuda para mí".
El presidente de ACODACE, Antonio Galindo, pone de manifiesto que es fundamental que la persona afectada por el daño cerebral quiera abrir la puerta de la recuperación. "Eso pasa con algunas personas, ya sea por problemas cognitivos, por problemas personales, porque el daño que tienen no les deja, hay personas que se abandonan mucho, entran en una depresión fuerte y no quieren trabajar", subraya.
No es el caso de Manuel, cuya tenacidad solo es comparable con un elemento que Galindo considera esencial para la recuperación, la "reserva cognitiva, tan importante que es capaz de recuperar antes y recuperar mejor y más".
De ahí que señale que Manuel "tiene mucho tesón, tiene muchas ganas, es verdad que también tiene una base cognitiva muy fuerte porque es una persona muy instruida".
Manuel, funcionario en la Unidad de Museos del Ayuntamiento de Córdoba, ahora jubilado como consecuencia de su enfermedad, tras sufrir el ictus, señala: "Tuve que asumir que mi vida había cambiado, acepté mis limitaciones e intento tener una vida ordenada y lo más normal posible".
De hecho, enfatiza, a pesar de su progreso, "no pienso que esto se va a acabar mañana, pienso que me he jubilado pero que para mí el venir aquí es mi trabajo y la cosa principal que tengo en el día a día, venir a mis sesiones y lo pongo por delante de cualquier cosa, intento no perder ninguna".
"Recuperar hasta dónde, eso no lo sabe nadie", reflexiona el presidente de ACODACE. Lo que sí tiene claro es que "lo primero necesario es tener grandes personas antes que grandes profesionales, ya que se acaban convirtiendo en profesionales" y también destaca la necesidad del compromiso de la persona afectada y su familia "porque la rehabilitación no es solamente venir aquí a una sesión, la familia tiene que involucrarse en el entorno".
Para Manuel, "el avance es muy, muy lento, pero al final te das cuenta y vas avanzando, "gracias al esfuerzo de uno mismo y a la ayuda psicológica".
Según datos de ACODADE, en la provincia de Córdoba se producen entre 2.000 y 3.000 daños cerebrales anuales, el 25 por ciento acaba en fallecimiento, a otro 25 por ciento no le quedan secuelas, pero el otro 50% las tienen y necesitan “una rehabilitación para toda la vida”, según Antonio Galindo.