En muchos pueblos se ha dejado de oír el claxon de la furgoneta del panadero: el precio del gasoil y el incremento de los costes han obligado a parar motores y suspender rutas rurales dejando sin el pan de cada día a muchos vecinos de la España vaciada.
Primero se apagó el olor de los hornos, después fueron cerrando las tiendas de ultramarinos en las que uno se podía encontrar de todo y ahora muchos panaderos rurales abandonan las rutas que durante décadas han marcado su día a día, llevando el pan de pueblo en pueblo a pesar de que las casas se iban vaciando.
El precio del gasoil se ha colado como un ingrediente más en la masa, porque mueve hornos y vehículos, al margen del incremento de precios de todas las materias primas y la despoblación, que, en las zonas rurales también pasa factura.
“La situación es insostenible”, asegura a EFE Jesús Plaza, que lleva más de medio siglo haciendo pan en Villalumbroso, un pueblo de Palencia que apenas suma 30 habitantes, donde, todos los días, a primera hora de la mañana, arranca la furgoneta para llevar el pan a 25 pueblos.
“Tengo dos rutas y hago 100 kilómetros al precio que está el gasóleo. Y con la harina también por las nubes”, asegura. Una de ellas, le supone 45 kilómetros, dos horas y una empleada “con sus seguros sociales y demás”, para dejar a la puerta de las casas dos panes, ocho fabiolas y seis barras.
Ya en 2020 tuvo que suspender el reparto en la ruta que iba por Guaza y Boadilla y confiesa que ahora, con la subida de costes, se está planteando qué hacer con las dos que le quedan. “Conocemos a la gente de toda la vida y les tenemos cariño, pero estamos perdiendo dinero”, asegura.
“Los números no salen”, coincide Jesús Ayuela, que tiene una panadería centenaria en Mazarigos (Palencia), un pueblo de Tierra de Campos con 200 habitantes donde sigue encendiendo hornos y poniendo en circulación cinco furgonetas cada día.
A duras penas mantiene sus rutas, asegura. Por eso no deja de rechazar las peticiones que le hacen los pueblos que se han quedado sin pan. “Nos ofrecen pueblos pero no podemos cogerlos porque supone un gasto muy importante para unas ventas mínimas”, relata a EFE.
Menos tiempo lleva yendo a Villamartín de Campos. Lo cogió cuando lo dejó el anterior panadero, hará cuatro años. Aquí vive más gente, la mayoría personas mayores que no cogen pan todos los días, así que no deja más de 25 piezas. Tirando por lo alto 25 euros.
“Y gracias que viene, que si no, nos tocaría ir a Palencia”, afirma Anastasio que sale con el mono de trabajo al oído del claxon.
En la panificadora El Valle, de Saldaña, que cubre más de cien pueblos, tampoco dejan de recibir llamadas de la zona de Cervera, Santibáñez y Carrión de los Condes, porque les han dejado de servir. “Pero es que no interesa mover una furgoneta para dejar cinco barras", sostiene el responsable del negocio, Isaac de Prado, que además es el vicepresidente de la Asociación de Fabricantes de Pan de Palencia.
Ahora la subida de costes multiplica el problema. Por eso piden apoyo a todas las administraciones, grandes y pequeñas, para que ayuden al panadero y al resto de vendedores ambulantes que hacen un esfuerzo por llegar a todos los pueblos sin pensar en la rentabilidad del negocio.
Bonificaciones al precio del gasoil o apoyo a las rutas y la venta ambulante son algunas de las ideas que lanzan, mientras señalan que, en muchos casos, además de pan, en sus furgonetas llevan leche, galletas o los medicamentos de la farmacia a muchos vecinos que no se pueden desplazar y que, a veces, no tienen otra conversación a lo largo del día que la que les regala el panadero.