Aunque no quede ni rastro de ella, A Coruña fue sede de una fábrica de moneda, en la que se acuñaron piezas entre 1200 y 1700. “Alfonso IX fue el primero que empezó a acuñar en A Coruña” y se hizo hasta Carlos II, explica José Antonio García Uzal, vecino de Arteixo y numismático especializado en las monedas que salieron de las instalaciones coruñesas durante siglos.
“Cuando empiezas, vas amontonando monedas. Buscas las más bonitas, pero al final te especializas y yo opté por las de A Coruña, aunque tengo muchas de la fábrica de Ferrol, en Juvia”, apunta.
Lleva con esta afición desde hace más de veinte años, en los que ha conseguido reunir un buen número de maravedíes, reales, vellones... “Un repaso por la historia, porque las monedas dan mucha información”, relata.
Por vez primera, enseñará al público sus tesoros. Y “no por su valor económico, sino por lo histórico”, para que se “vea lo que había, porque la gente se sorprende de que Ferrol tuviera fábrica y hasta está el edificio con el escudo de los Borbones”, exclama el coleccionista.
Todos los arteixáns tendrán la oportunidad desde hoy de ser testigos de un pedacito de la historia coruñesa, en particular, y en general de la española. La librería Á Lus do Candil inaugura hoy a las ocho de la tarde esta muestra.
Estará García Uzal que responderá a las dudas de los asistentes y se encargará de contar un buen número de anécdotas relacionadas con las monedas y su contexto. No tardarán los que se acerquen hasta la librería de Historiador Vedía en impregnarse de la pasión con la que este arteixán habla de los reales y demás valores.
La vieira del peregrino
“Los que se acerquen hasta la librería van a ver lo que eran las monedas antes”, resume. Pero observarán una colección que se caracteriza por su “dificultad” porque “hay muy poca gente que coleccione monedas acuñadas en A Coruña. No son de las que te encuentras en un cajón”.
Para saber que todo este dinero, “que es el nombre de una moneda, pero que quedó”, tienen su origen en la ciudad de la Torre de Hércules, es necesario encontrar “una vieira del peregrino. Según en donde se acuñen tienen una ceca, que es como se llama el símbolo, por ejemplo el de Madrid es una ‘M’”, explica.
Las de la viera, continúa García Uzal, “se hacían a martillo. Ninguna es igual a otra, solo en el cuño, pero no en la posición, porque había un cuño fijo en un cuño y venía el mallador y las marcaba. Eran muy distintas a las de ahora”.
“No quedó ni rastro” en la Ciudad Vieja de estas dependencias, apunta. Su antigüedad y el hecho de que haya muy pocos coleccionistas de estas piezas dificultan su hobby, aunque, reconoce que, al tiempo, lo hacen más especial.
“Hay que tener mucha paciencia y cuando consigues una pieza es una satisfacción. Lo bueno es tener dificultado, porque tiene más mérito”, máxime, añade, “si no tienes pode económico para viajar y buscar” las monedas.
Unas joyas peculiares
Durante medio siglo vivió en una casa en Eirís, en la que tenía una huerta. “Durante esos años encontré cinco monedas que tengo coleccionadas aparte”.
Recalca, sin ocultar la sorpresa que todavía le produce la anécdota de cada una de ellas, o la curiosidad que ocultan, que fueron encontradas en la “huerta, en la tierra” que trabajaban.
Una de estas joyas peculiares son diez francos de oro. “Por lo tanto tienen que ser de Francia y podrían ser de la batalla de Elviña, pero no, es posterior porque es de 1907”. Encontró también una “pequeñita que no fue posible catalogar. Se la enseñé a gente experimentada y nada”.
Un día, limpiando el viejo pilón de la vivienda, se topó con cinco céntimos de planta de 1875, de Alfonso XII. Lo que significa que “el pilón ya estaba ahí. Se ve que al lavar alguna prenda se cayó”.
Pero más antiguo aún es un real de 1832, “de Isabel II, que por entonces las mujeres los usaban de pendientes”, apunta. Pero, por cariño que les tenga estas monedas no estarán en la muestra.
Una exposición que nació de la casualidad de una conversación con Modesto Fraga –propietario de la libería– sobre las monedas en general y le explicó lo que tenía en su casa. “Un día se las acerqué y me decía que era maravilloso y que había que exponerlo”. Augura que llegarán muchas muestras más, si no de monedas, quizá de sellos, que lleva coleccionando desde que tenía “catorce años”. n