Agentes de la Guardia Civil detuvieron a última hora de la tarde de ayer a los dos hombres que unas horas antes habían atracado la sucursal del Banco Santander de Moeche y se llevaron un un botín de algo más de 50.000 euros. El asalto se produjo en torno a las dos de la tarde y los ladrones, que portaban sendas pistolas, permanecieron en las dependencias bancarias alrededor de media hora, esperando que se abriera la caja fuerte.
Los detenidos, de unos 40 años de edad y con domicilio en Narón, se encontraban al cierre de esta edición encerrados en el cuartel de la Benemérita en Ferrol a la espera de pasar a disposición judicial. El magistrado de instrucción de Ortigueira dirigió el operativo que concluyó con el apresamiento de los presuntos autores.
Según confirmaron a este periódico varios testigos que se encontraban en la oficina, los atracadores se comportaron de forma muy educada y preocupados por una mujer que sufrió un desmayo a causa del nerviosismo, y solo les pidieron los teléfonos móviles, rechazando incluso el dinero que alguna de las víctimas hizo amago de sacar de la cartera.
La indumentaria que llevaban –monos de trabajo azules y uno portaba un casco blanco– hicieron creer a los clientes en un primer momento que se trataba de operarios que estaban realizando alguna obra, ya que estaba abierta la puerta de la caja de contadores.
Así lo indicó Ana María Iglesias, a la que uno de los atracadores –los dos llevaban pelucas y barba postizas– cogió del brazo y le dijo que se sentara detrás de una planta, al igual que a los otros tres clientes que ya estaban dentro. Los clientes permanecieron allí, observando a los atracadores que le pedían el dinero al director –era el único empleado que había en la oficina–, al que obligaron a abrir la caja fuerte y también el cajero automático.
Mientras esperaban la apertura de la caja fuerte, que es de efecto retardado, indicaron a los rehenes que se dirigiesen al sótano del edificio, en donde les pusieron una brida en cada mano a y una tercera sujetándolos a las estanterías. El marido de Ana María Iglesias, que estaba esperando fuera a su esposa sin enterarse de lo que estaba pasando, se vio sorprendido por uno de los atracadores que salió a la calle, le puso la pistola en el cuello y le ordenó que entrase, atándolo también en el sótano.
Los dos últimos clientes en entrar fueron las empleadas de un supermercado situado en las proximidades. Una de ellas, Isabel Fernández, manifestó a este diario que cuando entraron uno de los ladrones le dijo: “Esto es un atraco”, y ella le respondió: “estás de broma”, en la creencia de que eran obreros. Después de retirarles los móviles, las hicieron bajar al sótano, pero ya no llegaron a ponerles las bridas, porque las habían terminado.
Estas dos empleadas fueron las que liberaron a los otros clientes y al director cuando los atracadores se marcharon, utilizando un cutter que una de ellas llevaba en el bolso.