Corría el año 1993, cuando el ahora afamado escritor y académico de la Lengua Arturo Pérez-Reverte daba entrada en su programa de crónica negra “Código Uno” a un reportaje elaborado en Galicia que se podría decir que dio la vuelta al mundo. Era una de esas historias que, aun formando parte de la crónica de sucesos, dio mucho que hablar –y lo sigue dando, como se puede comprobar a través de las redes sociales y no precisamente por el hecho en sí, sino por la peculiaridad del protagonista–.
José Tojeiro recuerda con nitidez lo que le ocurrió y, aunque reaccio a volver a ser noticia, accede a relatarlo de nuevo
A José Tojeiro Díaz, un emigrante en Suiza recién retornado por aquel entonces, se le “colaron” en su casa de Cariño tres jóvenes, supuestamente vendedoras de ropa, que también ofrecían a la clientela, al menos en el caso de nuestro protagonista, otro tipo de servicios. Y precisamente fueron esos encuentros de alcoba los que propiciaron que, mientras una atendía a Tojeiro, la otra –eran tres, pero iban de dos en dos– revisase la casa en busca de dinero. Y lo hallaron, en francos suizos y moneda española, hasta un montante total de algo menos de cuatro millones de pesetas, en tres atacadas.
Cuando la víctima se percató del complot de sus vendedoras de confianza denunció los hechos, y fue entonces cuando, ante las preguntas de los medios de comunicación, pronunció la ya histórica frase de: “Me echaron droja en el Cola Cao”.
Ahora, a sus 78 años, y en la Residencia de la Tercera Edad de Piñeiros, en Narón, José Tojeiro recuerda con exactitud lo ocurrido, aunque, quizás precisamente por todo lo que se comentó su historia, elude hablar del Cola Cao –dice que estaban en la cocina tomando “bebidas no alcohólicas”– y tampoco menciona la palabra “prestituta”.
Tendió una trampa a las ladronas al cambiar el dinero por recortes de periódico
En el encuentro mantenido ayer con este periódico, al principio Tojeiro se mostraba reacio a salir de nuevo a la palestra, “porque nunca me dieron nada”, pero al final accedió, relatando de nuevo la historia, con algún detalle más, como la trampa que les tendió a las ladronas. Así, explicó que notaba que le faltaba el dinero, pero no sabía si se lo robaba su esposa, de la que estaba en trámites de separación y que aun tenía una llave de la casa, o las tres “vendedoras”. Por eso, debajo de una muñeca en la que había escondido dinero que le desapareció, metió un sobre con un fajo de recortes de papel de periódico. Cuando llegaron las chicas, una se fue con él a la cama y al poco rato entró la otra en la habitación diciéndole que tenían que marcharse a toda prisa. “Entonces me di cuenta de que había descubierto la trampa, retiré la denuncia contra mi esposa y las denuncie a ellas”.
Tojeiro nunca recuperó su dinero y solo sabe que detuvieron a una de las jóvenes. “Quisieron archivarlo todo, pero yo me negué”, señala, añadiendo que sospecha de la existencia de un complot, que también sigue viendo ahora, aunque por otros motivos, en su estancia en la residencia de mayores, ya que dice le gustaría volver a su casa.