La pandemia y la desmotivación dejaron en casa a casi la mitad de catalanes con derecho a voto, lo que teóricamente perjudicó al bando no independentista, más desmotivado que el otro al decir de los expertos en demoscopia. Y aun así el independentismo no superó el 50 % de los electores, como esperaban sus dirigentes. Pero vuelve a ser mayoritario en la combinación parlamentaria sobre la que se recostaría el futuro gobierno.
Se aleja la esperanza socialista de liderar el cambio hacia una nueva normalidad. El efecto Illa deparó la victoria en votos del PSC, pero se quedó muy lejos de poder apadrinar una sólida mayoría de gobierno, salvo muy improbable apuesta de ERC por el “reencuentro” y el “pase de página” pregonados por el ex ministro de Sanidad.
La perspectiva no es muy luminosa. A juzgar por las soflamas de la noche electoral en las sedes de los partidos soberanistas, me temo cuatro años más de bloqueo en una Cataluña inestable y convaleciente del desdichado “proces”. Salvo que, como digo, ERC decida divorciarse de JxCat y busque la complicidad de socialistas y “comunes”.
Estaría en la lógica de un partido de izquierdas que quiere mejorar las condiciones de vida de los catalanes sin renunciar a su objetivo independentista, aunque con la pausa impuesta por su confesada estrategia de sumar fuerzas antes de volver a intentarlo. Explicárselo a sus votantes sería un problema menor. Y eso sirve para Illa y para Aragonés, pues ambos se vetaron mutuamente como futuros socios de gobierno
Nada que no pudiera arreglarse en nombre de los superiores intereses de Cataluña, que necesita romper la política de bloques irreconciliables y pide a gritos un retorno a la política de las cosas, no de las emociones identitarias. Una vez que ERC ha desplazado a JxCat como componente dominante del bloque independentista (ha ganado en votos y en escaños al tándem Borrás-Puigdemont) se lo podría permitir, aunque no parece que vayan a discurrir por ahí las cosas.
Por lo demás, en las elecciones catalanas del domingo pasado se confirmó la irrupción de la extrema derecha en la ya bastante agitada política catalana. Lo que faltaba. Vox entra en la orografía parlamentaria como cuarta fuerza, haciendo aún más vergonzante el también cantado derrumbamiento de los dos partidos de la derecha constitucionalista.
Tanto en el PP (tres escaños) como en Ciudadanos (seis escaños, después de haber sido primera fuerza en las elecciones de 2017) ya se está escuchando el ruido de cortinas en sus sedes nacionales. Atentos a las reuniones de sus respectivos órganos de dirección.