Ser y tener son dos conceptos que se relacionan pero que no siempre se corresponden, pues se puede ser sin tener; pero no al contrario, pues sólo el ser puede tener.
En efecto, sólo es libre el que tiene libertad, como sólo es miedoso el que tiene miedo; pero ser racional, en cambio, no quiere decir tener siempre razón.
Lo anterior tiene el peligro de que se valore a las personas más por lo que tienen que por lo que son. De ahí, que su identidad y, sobre todo, su autenticidad consista en que ser y tener coincidan en su personalidad.
Si el anterior argumento lo aplicamos a las instituciones, tiene razón Victoria Camps cuando afirma, “que una cosa es tener democracia y otra ser demócrata. Que tengamos instituciones democráticas no quiere decir que todos seamos más demócratas, que haya más igualdad no quiere decir que, mentalmente, nos respetemos como iguales; que unas leyes intenten atajar comportamientos corruptos no quiere decir que la tendencia hacia la corrupción se elimine. Una cosa es cambiar la norma y las instituciones y otra cosa es cambiar a las personas”. Ahí está, concluye dicha autora, “el momento de la ética”.
Es evidente que la persuasión y el convencimiento son las únicas fuerzas morales que pueden hacer efectivas las instituciones, de tal forma que, lo que la mente y la manera de ser de las personas rechace, sea imposible que arraigue y sea duradero. Como dice Popper, “es menester que combatan nuestros argumentos para que no tengan que combatir las personas”.
En definitiva, si la política es obra humana y debe ejercerse al servicio de las personas, sólo lo que éstas acepten e interioricen como propio, contribuirá a su dignidad y libertad.
Como dice Bernard Shaw, el progreso es imposible sin cambio y aquéllos que no pueden cambiar sus mentes, no pueden cambiar nada”. Pero, para que se produzca ese cambio, es necesario que, como decía Locke”, “las leyes se hicieron para los hombres y no los hombres para las leyes”.
Si la ciudadanía no acepta ni practica los valores democráticos, las instituciones que los reconozcan y proclamen nacerán huérfanas, es decir, ofrecerán una democracia de iure pero no serán democracias de facto.
“La cultura del ser y no del poseer” fue defendida por el ex Director del Fondo Monetario Internacional, Michel Camdessus, sosteniendo que, entre los excesos que provocaron la última crisis figuran, como más destacados, “la avidez por las ganancias rápidas, la cultura del ganar más para gastar más y el hiperconsumismo”.
Ante esas advertencias, cobra valor la divisa del oráculo de Delfos, cuando dice, “conócete a ti mismo y nunca en demasía”.