En el kilómetro cero de la Puerta del Sol se levanta la Real Casa de Correos. Hoy es la sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, pero durante la dictadura franquista fue el centro de la Dirección General de Seguridad y de la negra Brigada Político Social que convirtieron sus sótanos en un eficaz centro de torturas usado por el régimen de Franco contra sus opositores.
La transformación no fue fruto del traslado de las dependencias policiales a otro edificio, sino de la desaparición de aquel aparato represor y de la derogación de las leyes que amparaban su actividad criminal con la llegada de la democracia. La misma que permitió disolver las Cortes franquistas y transformarlas en un parlamento democrático sin tener que mudarse de la Carrera de san Jerónimo.
Porque los edificios no delinquen, son sus ocupantes, en todo caso, los que eventualmente pueden dar un uso criminal a sus estancias aunque fueran construidas en su tiempo para albergar a un convento de ursulinas.
Pablo Casado acaba de comunicarnos que el PP dejará su sede en la calle Génova porque considera “que no deben seguir en un edificio cuya reforma se esta investigando esta semana en los tribunales”. Tiene gracia lo de “esta semana”, cuando la instrucción judicial sobre esa reforma presuntamente pagada con dinero negro dura ya años. Será que no lee los periódicos ni escucha la radio ni ve la televisión. Es verdad que el catálogo de piruetas argumentales con las que algunos políticos maquillan sus circunstancias es tan extenso y variado que ya casi nada perturba nuestra capacidad de sorpresa, pero encomendar un giro político a una mudanza es impropio de un líder solvente. Una operación inmobiliaria no soluciona el inmovilismo.
El líder del PP tiene una tarea muy difícil. Ha de responder de un pasado del que no fue responsable pero que no le es ajeno porque creció a su sombra. Y tiene que preguntarse por qué después de 30 meses al frente del partido no ha conseguido recuperar el espacio político perdido frente a un líder como Pedro Sánchez, al que considera un traidor que encarna todos los males y es paradigma de la suma insolvencia, y por qué no ha logrado frenar la sangría de apoyos que está rentabilizando de manera muy eficaz la derecha extrema de Vox. Una formación de la que un día pretende distanciarse mientras al día siguiente coquetea con ella en Colón y le sirve de muleta, junto a otra en proceso de disolución, para mantener el poder autonómico que aún conserva.
Quizás su compañero Feijoo le pueda pasar algún apunte para determinar su hoja de ruta. O quizás el presidente gallego debería dar un paso adelante para salvar a un partido necesario para la estabilidad de este país antes de que los escombros acumulados hagan innecesario cualquier traslado inmobiliario.