El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su primera rueda de prensa para hacer balance de sus dos primeros meses de gobierno, ha formulado la más torpe y perniciosa expresión del buenismo, afirmando “no utilizar la vía judicial” para resolver el desafío del secesionismo catalán.
Ese afán del presidente del Gobierno, más pacifista que pacificador, es loable pero inútil e, incluso peligroso, porque ignora o no quiere reconocer que usar o no la vía judicial no depende de su voluntad, sino de la gravedad delictiva que concurra en los posibles hechos que se produzcan por parte de los independentistas.
La anterior expresión del Jefe del ejecutivo es una demostración más del error que supone pensar que aquellos a quienes se dirige van a responder de acuerdo con los mismos deseos del que la anuncia. Este sistema de anticipar la respuesta favorable a nuestros deseos no es práctico ni realista; denota cierto infantilismo e ingenuidad y, además, sirve de estímulo a los potenciales infractores que sueñan con la impunidad de sus actos.
Decir que no se va a utilizar la vía judicial en la resolución del proceso independentista catalán es una invitación a que los independentistas persistan e incrementen su actitud, lo que necesariamente obligará a usar el poder coactivo del Estado.
Decir que no se va a utilizar la vía judicial equivale a decir que no se va a utilizar la medicina para conservar y recuperar la salud.
En una palabra, la citada frase resulta tan inaplicable como inverosímil.
El fallo del buenismo consiste, como tantas veces se ha dicho, en atribuir y suponer en los demás los mismos sentimientos y deseos que uno tiene y que, lo que desea el que lo promete, va a recibir la aceptación y el eco por los demás.
Nunca un político puso más de manifiesto la confusión de su deseo con la realidad. Y sabido es que donde falta el sentido de la realidad se crea una realidad paralela, aparente y ficticia, que sólo sirve para consumo propio y no para convencer a nadie y sólo a uno mismo.
Renunciar a la vía judicial es renunciar al progreso de la humanidad y retroceder a la “horda”, la “tribu”, la venganza privada o la “guerra de todos contra todos” a la que se refería Hobbes.
Renunciar a la vía judicial es dar por supuesta la tranquilidad en el orden del que hablaban los clásicos y que la conflictividad social se resuelve por sí sola o por medidas exclusivamente pacíficas y democráticas. Eso es confundir lo real con lo ilusorio e irreal, a sabiendas de que, si no se resuelve “lo que pasa”, mal o peor se va a resolver “lo que pueda pasar”.