abrá usted oído mil veces el vocablo startup, una palabra más que importamos de los States y que está en todos los foros del mundo empresarial y económico. El concepto define a las empresas emergentes o de nueva creación que basan su negocio en la utilización de forma intensiva de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), factor que les permite un crecimiento rápido.
Son las simientes de las empresas del futuro, aquellas que surgen al amparo de la revolución tecnológica por la que atravesamos y que, según los informes de la Comisión Europea y el FMI son las que generarán la creación de puestos de trabajo a corto, medio y largo plazo.
Pues uno de los organismo internacionales dedicados al estudio de la economía y al fomento del desarrollo internacional, la OCDE, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, acaba de ofrecer cifras sobre el papel de las mujeres en estas empresas que hacen caer el alma a los pies: el 85% de las startups no tiene ni una sola mujer entre sus fundadores. Las startups fundadas exclusivamente por mujeres sólo representan el 6% del total.
Para más inri, ese 15% que sí cuenta con rostros femeninos consiguen menos financiación; es decir, los inversores son reacios a arriesgar en estas empresas de nueva creación lideradas por mujeres.
La OCDE calcula que las posibilidades de que una startup reciba financiación es un 10% superior en caso de que sus fundadores sean exclusivamente masculinos. Una vez constituida esta brecha se mantiene porque la presencia de mujeres en los mandos directivos provoca reticencias en los inversores. ¿Por qué? Al parecer los inversores se dejan guiar por razones subjetivas e inconscientes. Los estudios sobre experiencias concretas demuestran que cuando los inversores son hombres éstos manifiestan más interés por los proyectos presentados también por hombres. Al revés, las mujeres inversoras son más sensibles o prestan mayor atención a las iniciativas propuestas por líderes femeninas. Está claro que no sólo escasean las mujeres en los equipos de esas startups sino que tampoco abundan entre los denominados business angels.
También los estudios hacen hincapié en que la falta de confianza de las mujeres a la hora de presentar su proyecto o de intentar convencer a su interlocutor inversor. Las mujeres “se venden mal”, no tiene una visión de envergadura de su iniciativa y es mucho más humilde y precavida a la hora de dimensionar su empresa y esto echa atrás el entusiasmo del posible financiador.
Por tanto el necesario reequilibrio del mercado en materia de startups pasa necesariamente por al menos tres factores: que los business angels se desprendan de prejuicios y sesgos subjetivos, que entre los inversores se incremente la presencia femenina y que las emprendedoras adquieran mayor seguridad en sus iniciativas y rompan las barreras del miedo a emprender a lo grande.