Blackbird

Si la verdad del triunfo consiste en mantenerlo y superarlo, la programación del Rosalia la rebasa con creces. Un día si y otro también “agotadas las localidades” en su ciclo principal. Que reafirma –programas de mano y difusión mediática– “carteles  en las esquinas, puchero en la cocina”. Esta semana, dos funciones, menú servido por el XXXIV Festival de Otoño de Madrid. Obra: “Backbird” de David Harrower. La muerte, el descenso a la fosa frente a la inmortalidad y ascenso a los cielos. Encontronazo entra alma y  cuerpo. El espíritu y la materia. Un reencuentro de amor imposible por el dique de las edades y la estabilidad familiar. ¿Moral permisiva? ¿Ilicitud? Carlota Ferrer, ilustre y concienzuda directora escénica, invoca a Ibsen, Thomás Mann y Vladimir Nabokov para señalar fronteras de prohibiciones con respecto al amor humano.
Brillantísima escenografía d e Mónica Boromello. Desde el vídeo proyectado sobre el telón mientras la conductora recorre la ciudad; el encuadre blanco de la sala de espera donde se desarrolla el encuentro de los protagonistas; las maquetas de la urbe-edificios, árboles y avenidas-la iluminación, espacio sonoro y audiovisuales. Carlota Ferrer abre sus heridas y las muestra para afirmar que el teatro es vida acortinada. 
Irene Escolar y José Luis Torrijo aceptan el duelo que el drama plantea. Mimos. Tañer de guitarra. Cantos. Reproches. ¡Lástima que de viva voz algún público manifestó que no oía! Escamoteo de diálogos y abuso de monólogos. Oportuna la aparición de la hija saliendo del tablado...
Ciertamente –pese a la novedad progre que quiere servirse– el problema sustancial viene de siglos atrás. La dialéctica entre moral y libertad, el derecho positivo y el ius naturalis fue tratado por la grandeza de Sófocles con Antígona. “No nací para compartir el odio, sino el amor”. Ahí se reconoce la libertad, la dignidad humana, la conciencia personal. 

Blackbird

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