“Los sobornados” es el título de una magnífica película de cine negro, rodada en 1953 por el maestro Fritz Lang. De trepidante ritmo y narrada con un estilo claro y directo, sus atormentados personajes componen un relato tenso e intenso sobre el crimen y la corrupción. A modo de sinopsis: tras suicidarse un mando de la policía, éste deja una carta en la que confiesa haberse dejado sobornar por una banda de gángsters, pero también denuncia la corrupción de altos funcionarios. La carta la ocultará su viuda para utilizarla como chantaje. De esclarecer esa muerte, tropezando con toda clase de obstáculos, se encargará el sargento Bannion, hombre honesto, sencillo, casado y padre de una niña de 3 años, la encarnación del ciudadano medio. Se le ordenará suspender la investigación; se verá enfrentado al grupo mafioso de la localidad y sus altas conexiones; y su apuesta por la justicia, le costará un precio altísimo, el asesinato de su mujer, que hará emerger en él una feroz sed de venganza aun a riesgo de comportarse como los asesinos.
Lang ataca sin piedad los estamentos. En un lugar donde los personajes pertenecientes al poder político, al judicial, policías, banqueros, empresarios, etc., se mueven en las aguas turbias de la ocultación, el silencio, el colaboracionismo, el miedo, el chantaje, manipulados por un poder fáctico encarnado por la figura de un empresario que idolatra a su madre, como buen hijo, pero que realmente es un mafioso sin escrúpulos a quien la viuda del policía hace chantaje con la famosa carta; “alguien va a pagar por esto... porque se olvidó de matarme...”, dice la corrupta señora. Personajes con una extraordinaria ambigüedad moral que ralla por momentos la difícil línea de lo legal y lo ilegal, lo moral y lo inmoral.
Se trata, en suma, de una sociedad donde todos están sobornados, dominada por el mundo del crimen y la corrupción organizada de un intrincado conglomerado de peces gordos. Donde el ciudadano medio mira hacia otro lado ante asuntos de los que mejor es no saber, o, simplemente, ignora absolutamente todo de los tejes y manejes que mueven la política y la economía imperante. Hasta que alguien, en un ataque de dignidad, decide poner punto final al asunto y luchar contra toda esa excrecencia… Como ocurre hoy día. Igual. Pero sin sargentos Bannion.