Todavía se establecen discusiones en diversos foros acerca de la importancia del compositor o la del intérprete y de la relevancia de unos u otros a la hora de hacer valoraciones. De lo que nadie duda es de la trascendencia del director al frente de una orquesta y el papel decisivo en el resultado final de las obras interpretadas, siempre que los requisitos, en cuanto a calidad del receptor, estén a la altura. Cuando ambos establecen el pulso en un nivel elevado de profesionalidad es cuando el papel del director se convierte en vital.
Un director de categoría puede mover y colocar en su sitio todos aquellos parámetros que están vinculados con la interpretación, aunque podría parecer que pertenezcan exclusivamente al mundo del ejecutante. Tiempos, agógicas, equilibrios seccionales, fraseos, y un largo etcétera de grandes y pequeños detalles cobran vida de forma casi milagrosa y, aparentemente, sencilla, como si todas las cosas volvieran a su sitio, al origen, con un sentido de la lógica casi sensorial. Este viernes escuchamos el resultado de este tipo de relación, con Ösmo Vänsqä y la OSG. Juntos colocaron a la música en su lugar. Dentro del conjunto de esta pasmosa interpretación, además del estudiado contraste entre los tiempos de los cuatro movimientos en la “Sinfonía No. 4” de Sibelius, sorprendió especialmente el definido juego melódico entre los diferentes instrumentos del “Tempo molto moderato” y su delicada y abrumadora exposición. El “Allegro”, contrastado por su sentido diferente, más abierto, desconcertó en su cadencia final, poco conclusa y perfectamente remarcada. Y del “Tempo Largo” recordar su lento y triste discurrir melódico con intervenciones instrumentales verdaderamente geniales, como las trompas.
Otra forma de interpretar la ofreció el cellista Truls Mork, que completó el programa con el “Concierto para cello Op. 103” de Dvorak. Este grandísimo cellista exhibió una calidad musical abrumadora, con un conocimiento total del concierto. Su sonido e impecable afinación casi parecieron irrelevantes, dada la altura de sus capacidades. La “Sarabande BWV 1008” acabó de consagrarlo como un cellista irrepetible.