Si hay un reto que los músicos solistas siempre deberían asumir -a la hora de ejecutar en público sus sentencias musicales- es el de sentirse inspirados durante toda la trama o duración de su discurso.
En ese período de tiempo y, debido a varios factores, el intérprete puede perder fácilmente el hilo del entramado sonoro. Uno de estos factores es la pérdida momentánea de concentración, con lo que se crea una breve desconexión entre la mente del artista y la partitura; otro, bastante más importante, es el efecto narcoléptico que la música genera en la psiquis del profesional, pudiendo caer éste en una especie de naufragio emocional, con la consecuente deriva técnica. De esta guisa, se percibe cierto grado de abstracción del hecho musical por una merma en el control físico.
Por eso, para minimizar los riesgos, durante el proceso de aprendizaje y memorización de las partituras, el solista pasa por un piélago de calamidades y esfuerzos para, haciéndoles frente, conseguir llegar a la perfecta consecución de los objetivos planteados, o plasmación ideal de la música en escena. Esta forma de trabajar le permite tocar una y otra vez las piezas musicales sin, aparentemente, ningún esfuerzo físico ni mental. Todo debe estar meticulosamente memorizado, digitaciones, matices, hasta la propia interpretación es susceptible de caer en la tentación de la mecanización memorística.
Encontrar de manera natural ese punto exacto de control mental y expresividad interpretativa es, con certeza, uno de los equilibrios más delicados que el músico debe plantearse, pues más peso de un lado que del otro desajustaría la balanza interpretativa.
La pianista Alice Sara Ott estuvo este viernes en Palacio con el “Concierto en La m op. 16” de Grieg. Es difícil que no convenza su actitud técnica, pues resolvió casi a la perfección, sin dudas y con control férreo en sus dedos. Siempre con seguridad en todos los envites técnicos del Concierto, superó plenamente todos estos aspectos. En lo tocante a la inspiración estuvo en buena línea, con fraseos adecuados a los “tempis de hoy”, aunque tuvimos la sensación de qªue dejó poco o nada para la inspiración musical momentánea, esa que cuando surge hace levantar al público de sus asientos. Un poco más de frescura hubiera sido el punto justo.
Las otras obras fueron “Balcánicas”, de J.M. Ruiz y “Sinfonía nº 1” de Shostakóvich, dirigidas por el anterior titular de la OSG, Víctor Pablo Pérez. Aquí sí que no hay lugar a dudas: su batuta ofrece justo lo que se espera de ella, volviendo de nuevo los metales y percusión a sonar “inmensos” dentro del equilibrio seccional. Ovaciones para el maestro, al que los aficionados y diletantes de Coruña no han olvidado.