Si Hegel dijo que la “libertad es la ley de la gravedad del espíritu humano”, Jean Paul Sartre afirmó que “el hombre está condenado a ser libre, ya que, una vez en el mundo, es responsable de todos sus actos”.
Ese espíritu insobornable de la libertad humana se manifiesta en el deseo de ampliar o extender el campo de lo posible. Este fue el acertado diagnóstico aplicado por Sartre al movimiento estudiantil del Mayo francés de 1968, cuyo protagonismo correspondió a los jóvenes líderes carismáticos universitarios, Daniel Cohn-Bendit y Rudi Dutschke, que afirmaban “no te fíes de alguien que tenga más de 30 años”. Los dos grandes pilares de este movimiento fueron la libertad, “prohibido prohibir” y la utopía, “la imaginación al poder”.
La gran característica de ese acontecimiento fue ensanchar el campo de lo posible. Así lo confirma la frase favorita de sus miembros que afirmaba “seamos realistas, pidamos lo imposible”. De ahí la audacia y ambición que demostraba su utópica aspiración de “queremos el mundo y lo queremos ahora”. Esto mismo es lo que reclamaba Pablo Iglesias el líder de Podemos, cuando afirmaba su deseo de “asaltar el cielo”.
Pero la naturaleza del espíritu libertario y utópico del Mayo francés estriba en que se trataba de movimientos que compartían una misma dimensión cultural y política, con gran presencia estudiantil, de naturaleza asamblearia y desbordando siempre los cauces de participación ciudadana convencionales sindicales y políticos.
Así se explica la coetaneidad de movimientos liberadores, como la libertad sexual, con el reconocimiento del aborto, las relaciones prematrimoniales, el divorcio, las prácticas anticonceptivas y el respeto a las distintas tendencias u orientaciones sexuales; el pacifismo, frente a la guerra de Vietnam, con el principio de “hacer el amor y no la guerra”; “el aggiornamento” de la Iglesia Católica con el Concilio Vaticano II, los curas obreros y la Teología de la liberación de Hans Küng, aunque ya en 1891 León XIII fue considerado el papa de los obreros por su Encíclica Rerum Novarum ; el movimiento “hippy” frente a todo convencionalismo, rompiendo modelos, modas y usos sociales tradicionales. Esas reivindicaciones, desde el punto de vista político, vinieron a profundizar y radicalizar las ideas revolucionarias y progresistas de los ilustrados franceses Voltaire, Rousseau, Diderot y Montesquieu, que proclamaron su “fe en el progreso humano”; que “los hombres mejoran a través de la educación”; la libertad religiosa y que todos los hombres son, esencialmente, iguales y que “el gobierno de un pueblo surge por convenio de los ciudadanos”.
Lo anterior confirma lo que decía Emmanuel Mounier de que “no hay progreso que no tuviera su comienzo en una minoría audaz, ante la instintiva pereza de la mayoría”. Siguiendo a Bertrand Russell, puede concluirse diciendo que “los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible. Los políticos por hacer lo posible, imposible”.