el filósofo francés Charles Pépin, en su libro “Las virtudes del fracaso”, sostiene que la sociedad actual está enferma porque es incapaz de “aceptar el error” y que “no experimentar el fiasco y la frustración inherente a él, es lo que, en el fondo, nos convierte en humanos”. Es evidente que el error es propio y exclusivo de los seres humanos, pues la historia humana es una crónica de errores; pero lo peor no es caer en el error, sino tenerlo por verdad y no reconocerlo, lo que implica la imposibilidad de rectificar. Sin embargo, todos los avances científicos y tecnológicos que han constituido el progreso de la humanidad, lo fueron, en su mayor parte, aceptando y corrigiendo errores. Cuando el error no se reconoce ni acepta, se cae en el autoengaño y se niega la autocrítica.
Es cierto que el autor citado, tachado de defender la mediocridad o la naturaleza positiva de todos los fracasos, reacciona afirmando que, “yo no creo que todos los fracasos sean positivos” y, sigue diciendo, “lo que yo afirmo es que el fracaso es una experiencia humana y que llegamos más lejos aceptándolo y corrigiéndolo que negando que exista”. El fracaso, concluye, “nos ayuda a reorientarnos y a reinventarnos”.
Todo lo anterior, nos recuerda la frase del Quijote de “desfacer entuertos” y, aunque las anteriores afirmaciones son confirmadas por la experiencia, el autor identifica y habla, indistintamente, de error y de fracaso, por lo que nos permitimos hacer algunas consideraciones para distinguir ambos conceptos.
Errar es tener por verdad algo que no lo es; fracasar es no lograr el resultado previsto y deseado. El fracaso se consuma por el resultado adverso de una empresa o negocio, ya concluidos y ultimados.
El error no es nunca deliberado; si así lo fuese, sería un engaño o una mentira. El fracaso, en cambio, es no alcanzar el resultado deliberadamente buscado después de ultimada la totalidad del proceso.
En los experimentos científicos todas las pruebas que se realizan, aunque sucesivamente puedan considerarse fallidas, no constituyen, realmente, ningún fracaso, pues se trata de métodos e hipótesis de trabajo que forman parte del proceso de investigación, dirigido a lograr el fin que se persigue.
En ese sentido, tiene razón el autor citado, de que ya en el siglo XX la epistemología refleja el tanteo sucesivo que es propio del método científico que implica equivocarse, sucesivamente, hasta llegar a un resultado satisfactorio.
Todo éxito puede considerarse, en ese sentido y según el autor mencionado, como un “fracaso rectificado”, aunque propiamente, más que de un fracaso rectificado, se trata de varios errores corregidos a lo largo del proceso. Son los errores, corregidos y rectificados, los que garantizan el éxito final, pues el calificativo de fracaso, sólo es aplicable al resultado final.
En definitiva, de los errores se aprende; de los fracasos se huye, pues son causa de desánimo y desesperación. Como dice la sicóloga Isabel Serrano Rosa, “vivimos en un mundo que glorifica el éxito y la superación personal pero olvida que todo triunfo está precedido de innumerables errores y de algún que otro fracaso”.