Salvar vidas humanas es un acto no solo solidario, sino, también, de justicia; pero recurrir a los sentimientos para activar el sentido racional de las personas, es pretender resolver los problemas por las ramas, sin abordar sus raíces, lo que puede provocar males mayores que los que se trata de evitar.
Es cierto que “aunque no hay mal que por bien no venga”, debe evitarse, por todos los medios, que el mal se produzca; pero pretender que desaparezca con simples gestos o alardes de superioridad moral, es atender a sus efectos pero no erradicar sus causas. La enfermedad se cura atendiendo a su etiología y no sólo suprimiendo sus síntomas.
Las anteriores consideraciones responden al grave problema de la crisis migratoria o de los inmigrantes que huyen de sus países de origen y, con enorme riesgo de sus vidas, son rescatados en alta mar y conducidos a puertos y lugares más seguros.
Esa misión humanitaria, tan necesaria como urgente, no puede realizarse de manera individual y sin soluciones generales, comunes y a nivel supranacional, pues cuando se producen así, surgen como naturales consecuencias negativas, de ese humanitarismo el conocido “efecto llamada”, que utilizan, no sólo los inmigrantes sino también las mafias, que se lucrarn de ese “comercio humano” que busca, a la desesperada, refugio, protección y ayuda.
Tan es así, que el término “buenismo” empieza ya a ser considerado como “un modo de actuación que no siempre resulta ser el más adecuado para resolver los problemas de un país”. Igual ocurre cuando el buenismo consiste en el apaciguamiento o concesiones generosas para evitar conflictos, tanto a nivel internacional como internos. Esta táctica de “mano tendida” se considera perjudicial, cuando esa actuación buenista puede ser entendida como síntoma de debilidad, dando lugar al planteamiento de nuevas exigencias.
En relación con la crisis migratoria, no cabe duda que el efecto llamada solo puede resolverse si antes se soluciona el efecto salida, es decir, si se logra que los interesados o, más bien, los desesperados no salgan de sus países, mejorando para ello sus sistemas de vida o abordando conjunta y de forma pragmática, su rescate, acogida y reubicación. Todo menos convertir esa necesidad humana en marketing político, que no hace más que fomentar el mal que se trata de evitar bajo el manto hipócrita del “buenismo”.
Si la caridad consiste en que lo que da la mano izquierda, lo desconozca la derecha, el rescate humanitario de los inmigrantes no debe convertirse en un alarde de estruendo y alharacas.
La obra bien hecha es no sólo la que contribuye al bien que se trata de alcanzar, sino a que ese propósito y objetivo no fomente ni reactive el mal evitado, pues, “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
Está claro que el mal está más en los lugares de los que huyen los inmigrantes que en las propias aguas a las que se lanzan “a riesgo y ventura”. Mantenerlos en tierra será siempre mejor que obligarlos a que se arriesguen a morir en el mar.