Todas las ciudades europeas tienen su zona antigua, el núcleo sobre el que cimentaron su comunidad. Las hay más recientes, de pocos siglos, otras milenarias, como la nuestra, cada una con sus historias y leyendas. Aun siendo un elemento urbano común, cada ciudad vieja es singular. Las hay dinámicas, plenas de actividad comercial y administrativa, otras son parques temáticos, con oleadas de turistas y puestos de souvernis, las hay centradas en ocio y hostelería, residenciales o volcadas en la comunidad universitaria, las hay abandonadas o degradadas, otras solo existen en el imaginario urbano por la depredación del ladrillo, o porque el tiempo y las guerras fueron implacables con ellas, también están las que casi toda ella es la ciudad y lo nuevo es periférico.
La Ciudad Vieja de A Coruña es de las milenarias y tiene elementos diferenciales significativos, como su localización en el extremo de un istmo, rodeada de mar y murallas.
Funciona como una ciudad en pequeñito, una zona residencial en donde se mezclan desde viviendas humildes a palacios (alguno expoliado con guante de seda), conventos, cuarteles y castillos, residencias de ancianos y guarderías (ambas privadas), colegios y tumbas de héroes, casas museo y locales musicales, abadía y hospital, comercio y cultura. Tiene hasta su propia fuente del deseo y algún que otro residente ilustre. Le falta catedral, pero lo suple con puertas por las que transcurrió la historia. Genera un pequeño ecosistema urbano al que no le costaría cerrar los ojos y despertar siglos atrás.
Reúne el potencial de las mejores ciudades viejas, pero no se le presta la atención debida. Entendida en estrecho, como un barrio más de la ciudad, padece los males que, por desgracia, sufren todos. Jardines mal cuidados (pobre jardín de San Carlos), poca limpieza en calles, vía pública y equipamiento urbano deteriorado, falta de mantenimiento de espacios singulares, deficiente señalética e iluminación, escasa seguridad... Las nuevas soluciones de movilidad, después del túnel de La Marina, dificultaron mucho visitarla, penalizando su dinamismo turístico y comercial.
Pero lo que merecería una especial atención, la rehabilitación, brilla por su ausencia. No se gastan los fondos municipales porque no son capaces de gestionarlos y, para colmo, rechazan fondos de otras administraciones, por esa manera de entender la política que tanto daño le está haciendo a la ciudad.
Hay 700 viviendas vacías y buena parte de las 1.800 habitadas tienen graves problemas, sobre todo de accesibilidad.
Debería analizarse la utilidad de un órgano supramunicipal que piense por y para la ciudad vieja. Vecinos, comerciantes y hosteleros sí, sobre todo vecinos, pero también arquitectos, urbanistas, historiadores, restauradores, economistas y, por qué no, otras administraciones.
Ciudadanía y expertos definiendo, de la mano del gobierno municipal de turno, la estrategia de la ciudad vieja a largo plazo, evitando que los ciclos electorales precipiten soluciones improvisadas. Ahora se ha peatonalizado, sin más medidas que las que afectan al tránsito y aparcamiento de vehículos. Hacerlo era un paso necesario. Pero es imprescindible, y urgente, diseñar y activar un plan global para su dinamización, rehabilitación y puesta en valor, algo que ya debería estar en marcha.