cuando Stendhal afirma que “la diferencia engendra odio”, nos preguntamos si no es más cierto que es “la desigualdad la que engendra odio”.
Porque todos somos diferentes, pero aspiramos a la “igualdad” de oportunidades y de trato, rechazando las irritantes desigualdades que existen en la sociedad.
Nadie protesta por su personalidad individual, que le permite defender su identidad; pero sí se rebela contra la injusticia que resulta de tratar lo igual desigualmente y lo desigual igualmente.
Todos somos diferentes, pero no tenemos por qué ser desiguales.
Por eso, se dice que todos “somos iguales ante la ley” y a los ilustrados de la Revolución Francesa se debe la frase de que “los hombres nacen libres e iguales en derecho” y que “las diferencias sociales únicamente podrán fundarse en la común utilidad”.
Es a las diferencias sociales, a las que nosotros llamamos desigualdades.
Lo anterior nos demuestra que, cuando la diferencia obedece a causas naturales, no produce injusticia alguna; pero cuando la desigualdad tiene su origen en causas sociales, provoca graves agravios comparativos que dan lugar a situaciones tremendamente injustas.
En consonancia con lo expuesto, Oswald Spengler dice que “la sociedad está basada en la desigualdad”, y no se refiere a la diferencia.
En relación con este tema, Rousseau parte de la existencia de dos desigualdades: unas naturales, que consisten en la diferencia de edades, salud y fuerza y otras que corresponden al espíritu y al alma, que se pueden llamar desigualdades morales o políticas y que se establecen con el consentimiento de los hombres.
Por nuestra parte, entendemos que únicamente las primeras son propiamente diferencias y las últimas, por lo tanto, desigualdades.
En definitiva, ser diferente no es lo mismo que ser desigual, puesto que lo primero depende de manera exclusiva de la naturaleza y lo segundo de la voluntad humana.
A la diferencia se opone la unidad de forma o “uniformidad”, que convertiría a la sociedad en un rebaño acéfalo y gregario y no en un conjunto de personas con su propia identidad individual.
Precisamente por el hecho de ser diferentes, estamos obligados a luchar contra la desigualdad.