Si nos atenemos al verdadero sentido y significado original de las palabras, “radical”, etimológicamente, se refiere a “raíz” o “principio de las cosas” y, como es obvio, las raíces son más fuertes y resistentes que las ramas que las rodean y ocultan.
A las ramas se las lleva el viento, las raíces son más difíciles de arrancar. De aquí nacen los términos “arraigar” o “raigambre”, que se refieren a algo más sólido y permanente que a la simple hojarasca. Lo mismo ocurre en el campo político y de las ideas. En aquél, si los políticos renuncian a sus raíces ideológicas, quedan a merced de cómo les sople el viento y, por lo que se refiere a las ideas, también conviene distinguir entre sus orígenes o raíces y su desarrollo e interpretación.
La raíz suele permanecer fija y oculta; las ramas suelen cubrirla o enmascararla. Por eso, es más original y seguro atenerse a la raíz que quedarse en la superficie o andar por las ramas.
Pero lo peor sucede cuando se pierde la idea original y radical, de acuerdo con sus raíces y principios, y nos conformamos con sus plagios o sucedáneos, es decir, cuando abandonamos lo auténtico y originario por lo ficticio o falso.
Ser radical es ser fiel a los principios y firme en las convicciones. Esto no ocurre cuando las ideas políticas y su significado e interpretación se emplean y acomodan según convenga y “a gusto” de los intereses partidistas.
Adjetivar los sustantivos es ir contra su virginidad original y, normalmente, se hace para “arrimar el ascua a su sardina”.
La mayoría de los sistemas políticos de cualquier signo se empeñan en buscar fundamento democrático para justificar su legitimidad de origen. Así se comprueba cuando al término democracia le añaden calificativos como orgánica, popular, directa, representativa, real, social u otras expresiones semejantes, que con aplicarle cualquier apellido al término democracia, lo consideran autojustificativo de su legitimidad de origen.
No es ajeno al anterior deseo, el afán de todo dictador de refrendar su poder mediante “plebiscitos” o “referendums” organizados y controlados desde el poder.
Ser radical en la defensa de los principios es ser leal a su autenticidad, sin caer en el aventurerismo político o el oportunismo interesado de actuar a merced y a expensas de los acontecimientos.
En conclusión, puede afirmarse que los políticos que saben abordar con honestidad y decisión la raíz de los problemas y hacerles frente, es decir, afrontarlos y no eludirlos, prescinden de las ramas y se hacen acreedores de la confianza y fidelidad de sus seguidores.