El estreno a nivel gallego de la ópera Atila, de Giuseppe Verdi, supuso un éxito más a los muchos conseguidos por la asociación Amigos de la Ópera de La Coruña. Son ya largos años de lucha y trabajos, a través de los cuales, el público, fiel y entregado a la causa operística, no ha dejado de celebrar y vivir las aventuras y desventuras de los personajes de cada nueva puesta en escena. Drama y melodrama, seguidos o alternos, han marcado a fuego lo que forma parte del paisaje cultural de la Ciudad y que, con el devenir de los tiempos, se ha tornado en emblema y causa común.
El maestro de Le Roncole se hizo escuchar en el Palacio de la Ópera y de qué forma: a pleno pulmón. Obra poco programada, evoluciona en sí misma desde la neutralidad o simpleza de los materiales compositivos de los dos primeros actos hasta la grandiosidad y fuerza emotiva del último. Es ópera variada, fluctuante e irregular que va ganando en calidad a medida que evoluciona en escena. Por ello, los que no han podido permanecer en la sala hasta el final, que los hubo, se llevarían, de no conocerla previamente, una idea equivocada de la partitura.
Luiz Ottavio-Faria (Attila), Ekaterina Metlova (Odabella), Héctor López (Foresto), Juan José Rodríguez (Ezio), David Sánchez (Papa León) y Pablo Carballido (Uldino) fueron los solistas elegidos; cierto es que unos nos deleitaron más que otros en el desempeño de sus papeles, pero con un nivel medio de notable.
Las agrupaciones, el Coro Gaos y la OSG, estuvieron guiadas por Keri Lynn-Wilson, directora que ya nos había mostrado su conocimiento de Verdi en el Nabucco de 2012. Además de dinámica y expresiva, su batuta se tornaba dibujadora en los momentos exclusivos de música orquestal, marcando y remarcando partes fuertes y débiles en un particular e intelectual devenir batutístico de definida autoría. Mencionar la preparación del Coro Gaos, pues cumplió su papel de forma loable.