El Presidente de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra, líder independentista, pronunció una frase que, pese a su intención de ofender al Rey, contiene una gran verdad, debido, sin duda, a haberle traicionado el subconsciente.
Cuando afirmó, con ufanía y despecho, que “el Rey Felipe VI ya no es el rey de los catalanes” dijo una gran verdad, pues el Monarca no es ni ha sido nunca Rey de los catalanes ni de los vascos; es el Rey de España y de todos los españoles, cualquiera que sea el lugar o territorio español donde se encuentren, vivan, permanezcan o residan.
Es cierto que la frase del presidente separatista Quim Torra, como ocurre con todos los nacionalismos totalitarios, confunde “la parte con el todo” al afirmar, con carácter general, que el Rey deja de serlo de los catalanes.
Pero, aparte del esperpento patético que representa la frase del Presidente catalán y de su persistencia en el ataque público y sin consecuencias al Monarca, lo más grave no es su deslealtad o desprecio al Rey; lo peor es que se trata de un ataque directo al Jefe del Estado, lo que es inaceptable en cualquier país, sea República o Monarquía.
Es inaceptable que, por el principio de que “la costumbre hace ley”, puedan admitirse, impunemente, los habituales vetos, desplantes y desprecios al Jefe del Estado, por quien es nombrado por el Rey y asume “la representación ordinaria del Estado” en la Comunidad Autónoma, según el artículo 152 de la Constitución.
Y lo que difícilmente puede explicarse es que dicho político separatista haya sido recibido por el Presidente del Gobierno de España en su residencia oficial del Palacio de la Moncloa en Madrid. Si a esto se le llama “normalización” democrática es una broma de mal gusto, pues “normalizar” supone respetar y acatar la “norma” y no “saltársela a la torera”, como hacen los separatistas.
Finalmente, resulta igualmente sarcástico hablar de reuniones bilaterales, es decir, de tú a tú entre representantes del Estado y de la Comunidad Autónoma que defienden separarse del mismo. Seguir con esta farsa es mantener la ficción de que existen relaciones regulares y normales entre quienes representan al Estado y quienes persiguen destruirlo.
Por otra parte, debe recordarse que el Rey es el Jefe del Estado social y democrático de Derecho proclamado en nuestra Constitución y que la Monarquía Parlamentaria es la forma política del Estado español, según subraya el propio texto constitucional, que, como se sabe, ha sido aprobado por las Cortes y ratificado por el pueblo español, en el que reside la soberanía nacional.
Por último, al ser la Constitución de todos y para todos, es obligado cumplir el mandato de “guardar y hacer guardar” dicha Constitución, “como norma fundamental del Estado”.