No siempre “rectificar es de sabios”. Ocurre, a veces, que la rectificación obedece a motivos de oportunismo político, a turbias maniobras o intereses ocultos. En estos casos, se trata de conductas volubles o interesadas que, por así decirlo, se mueven “según sopla el viento”. Este tipo de comportamientos “veleta” se da, sobre todo, en el campo de la política, donde existen los llamados “tránsfugas”, que se definen como “personas que pasan de una ideología o colectividad a otra” y que, con su repudiable oportunismo, cambian su voto favoreciendo al candidato de otro partido para que gane el puesto o alcance el poder. Ésta es la forma más censurable de falta de ética política, pues sirve para adulterar el resultado, que de otro modo, no se produciría.
Esa rectificación constituye un caso típico de traición o falta de lealtad a las ideas y principios que se mantenían hasta la deslealtad que el transfuguismo representa.
No se olvide que el martirio de los santos y el heroísmo, sólo se alcanzan cuando, tanto los mártires como los héroes, aceptan la muerte antes que rectificar, abdicar o renunciar a sus ideas.
Si por rectificar se entiende abandonar voluntariamente el camino torcido para seguir uno más recto y correcto, la rectificación es positiva y no extiende ninguna sombra de duda sobre la sinceridad del converso o arrepentido.
Rectificar, como dice la Academia, es “reducir algo a la exactitud que debe tener” o “corregir las imperfecciones, errores o defectos de algo ya hecho”.
La credibilidad es imprescindible en cualquier político; pero, una vez adquirida, perderla es más fácil que perder el prestigio. Basta una contradicción evidente, una mentira descubierta o una mala acción, para que el crédito de la persona se desvanezca; además, después de perdida, la credibilidad es muy difícil recuperarla, pues no es fácil confiar de nuevo en quien nos defrauda y lo teníamos como ejemplo.
Es evidente que la credibilidad no se crea de la nada. Se cultiva y gana con el tiempo. No es una condición innata; es una reputación que se adquiere y demuestra a través del comportamiento. Cuando esta reputación falla, la credibilidad se derrumba.
Ante esa pérdida de confianza de la sociedad en sus representantes políticos por su falta de credibilidad, es preciso recordar, tanto a la ciudadanía como a los políticos, la famosa frase del presidente Lincoln que, combatiendo la mentira afirmaba, “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo; puedes engañar a algunos todo el tiempo; pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Sería demoledor pensar, como sostienen algunos autores, que la política y la mentira van siempre juntas o de la mano, pues si eso fuese cierto, la política dejaría de ser el noble servicio de servir desinteresadamente a los intereses generales y el bien común de la población.