Si el sufrimiento, como dijo Schopenhauer, es consustancial a la vida, es lógico que para ese mismo autor, la felicidad consista en que el ser humano sea lo menos desgraciado posible.
Ante esa realidad, no se debe caer en la apatía o indiferencia frente a la adversidad. Por eso, ante las desgracias y calamidades que se producen a diario y ante la imposibilidad de evitarlas, se utilizan, como consuelo, expresiones como “no hay mal que por bien no venga”; “no hay mal que cien años dure”. O “tras la tempestad viene la calma”.
Esas expresiones y otras semejantes revelan el interés en extraer alguna consecuencia positiva de los hechos negativos que se producen y sufre el ser humano.
Supone una visión optimista de la vida, para superar sus momentos más difíciles y confiando en que sean pasajeros y que a esas desgracias sucedan tiempos más favorables.
No cabe duda que es mejor que el mal no se produzca y que la tormenta no se desencadene; pero si uno y otra se han producido, es importante que el ánimo no decaiga, pues es de espíritus fuertes reaccionar con energía y optimismo para reforzar la confianza en uno mismo, pues, como dijo Renan, “los golpes de la adversidad son muy amargos pero nunca son estériles”.
También Goethe afirmaba que “el talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad” y Khalil Gibran nos recuerda que “por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes”.
No hay duda de que, para vencer los avatares de la vida, se exige una fuerte “resiliencia” o capacidad para resurgir de la adversidad, a la que se refiere Karen Reivich, que reconoce al optimismo como un importante ingrediente y ayuda de esa capacidad.
Analizando la resiliencia, como concepto de la sicología positiva y la importancia del optimismo como clave de dicha capacidad, la citada especialista dice que “las personas optimistas son más felices, saludables, productivas, tienen más éxito, resuelven mejor los problemas y tienen menos propensión a la depresión que las personas pesimistas”. Podríamos decir, que ser optimista, es contribuir a llevar una vida óptima.
Es justo reconocer que todos los autores coinciden en subrayar que la virtud y el verdadero valor de las personas se demuestran en cómo hacen frente a las adversidades. Es en estas situaciones en las que, como decía el filósofo ateniense, Demetrio de Falero, “amigo es el que en las prosperidades acude al ser llamado y en la adversidad sin serlo” o la más conocida de Churton Collins de que “en la prosperidad nuestros amigos nos conocen, en la adversidad nosotros conocemos a nuestros amigos”.
Finalmente, es oportuno subrayar que antes de hacer frente a la adversidad, es necesario que los seres humanos sean conscientes de que quien siembra vientos recoge tempestades, sólo así se consigue que prevenir sea mejor que curar.