Para al filósofo Javier Gomá, “por nacer en la especie humana, somos acreedores de un respeto”.
Esa idea se inspira y confirma el pensamiento kantiano de que las personas son un fin en sí mismo y no pueden utilizarse como medio o instrumento para conseguir otros fines. Pero ese respeto que se nos debe por el hecho de ser personas, nos obliga a cumplir lo que dice Confucio: “respétate a ti mismo y otros te respetarán”.
En el respeto al que tiene derecho todo ser humano por el hecho de serlo, reside y se fundamenta su dignidad que es, como dice el filósofo citado, “aquella cualidad que todo hombre o mujer tiene y por la que el resto de la humanidad está en situación deudora”. Se trata, diríamos en términos jurídicos de un derecho “erga omnes”, es decir, ante todos y frente a todos.
El derecho al respeto que corresponde y es inherente a todo ser humano, no es incompatible con el reproche o condena que pueda corresponderle por la realización o comisión de actos delictivos.
Respétate a ti mismo es uno de los preceptos contenidos en el Oráculo de Delfos en el templo griego dedicado al dios Apolo.
El propio Karl Marx llegó a afirmar que “el obrero tiene necesidad de respeto más que de pan”, pues para este pensador, “por encima del dinero está la dignidad humana”.
Como dijo el filósofo francés Foucault, “cada individuo debe llevar una vida de tal forma que los demás puedan respetarla y admirarla”. Y en su obra Tartufo el escritor Molière, afirma que las personas “sólo se afanan por vivir rectamente y nunca se ensañan contra un pecador; sienten odio sólo por el pecado”. Esta misma reflexión fue la que inspiró la conocida frase de nuestra penalista Concepción Arenal, “odia el delito y compadece al delincuente”. Es decir, ni odio, ni venganza, ni ensañamiento, ni ser “sometidos a tortura, ni a pena o tratos inhumanos o degradantes”, como se dice en nuestra Constitución.
Precisamente, en el artículo 10.1 de la citada Carta Magna se establece que “la dignidad de las personas es fundamento del orden político y de la paz social”.
No se condena a la persona, se condenan y sancionan sus actos, pues en la Constitución también se insiste en que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”.
No cabe duda de que el respeto se gana, la honestidad se aprecia, la confianza se adquiere y la lealtad se devuelve.
Al precepto evangélico, “ayúdate que yo te ayudaré”, cabe añadirle el de “respeta y serás respetado”.
En definitiva, siguiendo al pensador italiano del siglo XV Pico della Mirandola, “la dignidad humana consiste en poder escoger cómo vivir”, lo que hace compatible la libertad humana con su dignidad.