decir que en todo proceso de enfrentamiento es necesario “rebajar la tensión” constituye un deseo o propósito que, siendo cierto en su objetivo, puede ser contraproducente en su resultado y consecuencias.
Es evidente que toda política de apaciguamiento, basada en cesiones y concesiones por una de las partes, puede ser útil; pero, también, puede demostrar o poner de manifiesto la debilidad del concedente y provocar nuevas tensiones en otros ámbitos territoriales o sectoriales.
La anterior consideración nos advierte del riesgo que se corre si, para resolver el problema del secesionismo catalán, se “rebaja la tensión” por parte del Gobierno central y la respuesta del Gobierno de la Generalitat consiste en mantenerse anclado y contumaz en la “vía unilateral de independencia”. Con esas posturas no se logra la “distensión” que exige la común voluntad de las partes de no tensionar las relaciones hasta límites que hagan imposible cualquier acuerdo.
Según lo dicho, al pretender rebajar la tensión por parte del Gobierno, manteniendo su política de “mano tendida”, cuando se insiste en intensificar la tensión nacionalista por la otra parte, no cabe duda que se incurre en el círculo vicioso de que a menor tensión por una parte, se incremente la tensión por la otra.
Además, hay que tener en cuenta que la “política de favorecer” a la Comunidad rebelde provoca desigualdades y agravios comparativos en las demás Comunidades Autónomas del Estado.
No cabe duda que rebajar la tensión por una sola de las partes, sin contraprestación alguna por parte de la otra, demuestra la ineficacia o debilidad de la primera y una prima al envalentonamiento de la segunda, con independencia de las prebendas y concesiones conseguidas por ésta. El victimismo que sustenta al nacionalismo tiene por esencia mantener permanente el conflicto y, para ello, es consciente de que el fuego se mantiene si la llama se aviva y se extingue cuando ésta cesa.
Es evidente que la “tensión social” se mantiene por la “presión social”, de tal manera, que sólo se elimina o rebaja la primera si disminuye o cesa la segunda. Es la misma relación que existe en medicina entre la “tensión” arterial y la “presión” sanguínea.
Aplicar la política de mano tendida sin saber o conocer, previamente, sus previsibles consecuencias, nos demuestra que no basta con que el hombre deba “ser dueño de sus actos”, sino que, además, debe prever su consecuencias.