Tres son las principales razones o motivos por los que el ser humano lucha y se esfuerza en la vida: el éxito o la gloria, la riqueza o los beneficios y el conocimiento o el afán de saber. Ese triple motivo de la conducta humana sirvió a Pitágoras para explicarle a Leonte, Rey de Fliunte, qué era ser filósofo y en qué se distinguía de las demás personas.
Para hacer más fácil la explicación, recurrió al ejemplo de los juegos públicos que se celebraban en la Antigua Grecia y a los que concurrían personas que perseguían distintos intereses, curiosidad y objetivos. En dichos juegos había personas que participaban para conseguir el éxito o el triunfo y ser coronadas por ser los mejores; otras asistían para obtener y conseguir ventajas o beneficios, vendiendo sus productos entre el público asistente y, por último, los terceros acudían por el puro placer de satisfacer y disfrutar del espectáculo, observando y reflexionando sobre su desarrollo, belleza y desenlace. Todos iban a lo mismo pero no todos por lo mismo.
De esas tres actitudes o motivos naturales del ser humano, sólo el último es el más desprendido y desinteresado, pues sus adictos no pretendían tener o conseguir éxito ninguno en los torneos o luchas en las que no participaban, ni tampoco lucro o beneficio con la venta de productos al público asistente; antes al contrario, asistían por el puro placer de conocer y disfrutar del acontecimiento o espectáculo, sin ánimo de lucro, sin esperanza de éxito o triunfo alguno y para satisfacer su deseo y afán de saber y conocer. De esas tres maneras de entender la vida, la última es la propia del filósofo o amante del saber.
Con base en el anterior ejemplo, se sacó la errónea conclusión de que la vocación y dedicación del filósofo eran puramente teóricas y desprovistas de toda utilidad práctica, lo que suponía confundir el desinterés o falta de ánimo de lucro, con la falta de utilidad del conocimiento y del saber.
El anterior error era debido a que, aunque la vocación y dedicación intelectual del filósofo era considerada desinteresada y no lucrativa, nunca fue inútil, pues sólo el saber y el conocimiento abren nuevos horizontes al desarrollo y progreso de la humanidad. Por eso, el filósofo Manuel Cruz afirma que, “nada es más práctico que una buena teoría”. Precisamente, la búsqueda desinteresada de la verdad se vio perjudicada desde que los sofistas fueron los primeros filósofos griegos que sucumbieron a la tentación de cobrar por sus enseñanzas, basándose en que eran capaces dialécticamente y con el mismo éxito de sostener el pro y el contra de las cosas.
Finalmente, y como prueba de la utilidad del conocimiento teórico, se cita en la historia de la Filosofía el caso de Tales de Mileto que, conociendo previamente que iba a llover, anticipó una buena cosecha de aceituna y por eso se hizo con todos los molinos, obligando a todos los vecinos a tener que pagar por utilizarlos.