Decía un gran maestro que el intérprete no llegaba a desarrollar una visión madura e integral de las partituras hasta no entrar en la cincuentena. No es difícil estudiar la evolución de las grandes figuras de la música en un sentido interpretativo estricto, pues muchos de ellos han dejado soporte grabado de una misma obra en diferentes épocas de su vida. El motivo de esta forma de actuar, que en algunas ocasiones se puede transformar en obsesión, no es otro que el querer hacer pública una actualización en lo relativo al criterio interpretativo.
No hay mejor maestro que la experiencia que acumulan los años, pues resuelve dilemas imposibles que el propio devenir de los años plantea. El talento musical, al igual que la persona, cambia con el paso del tiempo, evolucionando desde una “perfecta” versión de juventud hacia otra más meditada y madura, ésta ya sin la preocupación de los cánones que exige y condiciona la técnica.
Sir Neville Marriner pasó por Coruña esta semana y dirigió a la Orquesta Sinfónica de Galicia en un concierto memorable. También, en el caso de Marriner, la edad marcó su impronta a la hora de exponer sus versiones. Un gesto comedido, tiempos nada exagerados más bien tirando hacia lo lento, y una buena dosis de precisión y elegancia fueron argumentos, bajo nuestro punto de vista, imposibles de rebatir.
“Introducción y Allegro Op. 47” de Elgar, el “Concierto para piano No. 24”, de Mozart y la “Sinfonía No. 2 A London Symphony”, de Vaughan Williams” permitieron que este programa de abono número trece se transformara en inolvidable. Música del país de origen de Sir Neville, y su gran preferido: Mozart. El pianista fue Hüseyin Sermet, con un sonido “a la antigua”, cálido, de madurez, convenció a casi todos. Fuera de programa interpretó el Op. 25 No. 7 de Chopin, mostrando las extraordinarias habilidades de su mano izquierda.
Fue, por varios motivos, uno de los conciertos más esperados de la temporada y, quizá, el más claro haya sido la rúbrica de toda una vida al servicio de la música.