Los seres humanos tienen como privilegio y exclusiva la facultad o capacidad de pensar, entender y comprender. En eso consiste la inteligencia; pero no todos los seres humanos inteligentes tienen talento. El talento no es sólo una excelencia; es un don especial.
El talento es un don innato y no adquirido. Es una predisposición especial de la que gozan algunas personas desde los primeros años de su vida y que les sirve para, precozmente, pensar, entender y comprender. Podríamos decir que es un regalo de la naturaleza.
Dentro de la categoría de los seres inteligentes, ocupa un lugar preferente el talento y quienes nacen dotados de este don especial, son los, propiamente, llamados genios, o sea, los seres humanos superdotados, lo que les permite dominar de manera espectacular y sorprendente cualquier clase de actividad humana, profesional, artística, cultural o deportiva.
Que la inteligencia y el talento son cualidades distintas no quiere decir que sean incompatibles. La inteligencia es útil y necesaria como instrumento para potenciar el talento y el talento es un regalo para la inteligencia.
Mientras en el conocimiento del mundo y de la vida sigan existiendo preguntas sin respuesta, incógnitas sin despejar y misterios sin resolver serán necesarios el talento y la inteligencia humanos para intentar dar solución a esos problemas. Avanzar en ese camino es esencial para el progreso de la humanidad.
Sabido es que las facultades cognoscitivas del ser humano son las que le capacitan para la reflexión y el discernimiento, sobre lo instintivo y espontáneo.
Aumentar el saber y tener conciencia de saber lo que se sabe y porqué se sabe son la materia prima del racionamiento y el pensamiento. El hombre sólo sabe realmente cuando es consciente de lo que sabe y también de lo que ignora o desconoce. Si no tuviese conciencia de esto último, el progreso humano se estancaría y los conocimientos adquiridos se volverían obsoletos e inútiles. Ante esa perspectiva, no es extraño que la humanidad y las sociedades se esfuercen en la llamada “caza de talentos” y, correlativamente, evitar “la fuga de cerebros”.
El talento es la luz que activa e ilumina la inteligencia; la inteligencia es el instrumento del que se sirve el talento para manifestarse y dar sus frutos. Ambas actitudes responden al mismo propósito: favorecer la excelencia intelectiva del ser humano y reconocer que la inversión más rentable es la del conocimiento.