Tiemblo hasta el paroxismo. No las tengo todas conmigo. Las banderas que ondean en la coraza un día de tempestad se agitan menos que mi corazón ante una reduplicación de la ley de la memez histérica. Ahora una proposición de ley, presentada por Margarita Robles en nombre de los sociatas, aspira a castigar con la pena de seis meses a dos años de prisión a quienes justifiquen o enaltezcan por cualquier medio de expresión “el franquismo”. Pienso si todos estamos desquiciados o somos tan carpotovetónicos que creemos que cuarenta años de historia –nos guste o no– pueden borrarse de un plumazo. Un cepillo recorriendo el encerado, dejándolo limpio y a otra cosa… ¿Y mis vivencias? ¿Y los hechos que compartí? ¿Y las gestas heroicas que mantengo en mis recuerdos?
Porque hasta la fecha solo el odio sectario ha servido para cambiar cuatro nombres de calles. A veces prejuzgando titulares y equivocándose sin la debida información. Rencor y más rencor. Palo y tentetieso. Reabriendo heridas ya prescritas a mayor escarnio de la democracia que todos habíamos rescatado y disfrutado. Es esa ingeniería moral de la izquierda que, como buenos ateos, creen son Dios y no admiten derrotas sufridas en los campos de batalla o que sus antagónicos progres de la derecha siquiera pueden estar a su altura ética.
Posiblemente convenga reflexionar sobre el alcance de las fábulas y sus enseñanzas. Así la de Esopo con la disputa de el mono y la zorra sobre su nobleza, mostrando el primero un cementerio y llorando sin parar ante las tumbas de los libertos y esclavos de sus padres. ¡Puedes mentir cuanto quieras –contestó la raposa–; ninguno se levantará para desmentirte!. O la patraña que utiliza, siglos más tarde, La Fontanine de la hacendosa hormiga –trabajando siempre– frente a la cigarra ociosa cantando y bailando durante el verano; cuando la “verdad” auténtica es que la “aprovechada” es la hormiga, progre política y sindical diputada...