usca osos polares en internet”, “dile a Juan que llego pronto”, “pon música” estas son las cosas que podemos pedirle u ordenarle a nuestra asistente virtual, llámese Siri, Alexa, Cortana, Aura…Y digo nuestra porque en la gran mayoría de los casos se trata de una mujer o, en todo caso, de una voz femenina.
¿Qué coincidencia, verdad? Ya imagino que usted está pensando en que me gusta sacar las cosas de quicio y que aquí está la pesada, erre que erre, con el cuento de la igualdad. Sí, es cierto. Pero le invito a que busque usted los asistentes virtuales de las grandes empresas: operadoras telefónicas, navegadores, compañías como Amazon o Renfe, todas cuentan con estas señoritas virtuales que responden eficazmente a sus consultas y solicitudes. Son fruto de la denominada inteligencia artificial pero no escapan a la contaminación cultural.
¿Por qué, en su gran mayoría, los asistentes virtuales son femeninos? Esta mañana le he preguntado a Siri si era hombre o mujer. Me contestó: “no me han asignado sexo”. Ya -le dije- pero tienes voz de mujer. Me contesto: “lo siento, no tengo respuesta para eso”.
Las críticas no se han hecho esperar y se les ha recriminado a estas empresas reproducir estereotipos de género. Las marcas se defienden asegurando que los asistentes no tienen género y que cada usuario puede configurar la voz del asistente pero lo cierto es que la voz por defecto es la de una mujer. Más aún en el caso de Siri, el propio nombre lo señala: es de origen nórdico y significa “mujer hermosa que guía hacia la victoria”.
Google ha optado por un asistente neutro, no tiene nombre de mujer pero si utiliza una voz femenina.
La realidad es tozuda, los asistentes en su gran mayoría han sido concebidos para ser usados con voces femeninas y las explicaciones no dejan de ser un listado de los roles tradicionalmente propios de las mujeres, por más que las marcas insistan en que las configuraciones son libres. La imagen que se transmite es la misma que desde hace siglos: las mujeres son amables, cariñosas, obedientes y hasta sumisas.
Parece evidente que la red no escapa al peso cultural y social y que el hecho de estar inmersos en esta revolución digital no impide que los valores, prejuicios y roles atribuidos a cada sexo tengan que escapar a la presión sexista.
La red es, a pesar de su carácter innovador, el espejo de nuestra naturaleza y cultura y los asistentes virtuales no dejan de ser unas herramientas diseñadas por los humanos a su imagen y semejanza.