Que Alejandro Valverde a sus casi 41 años haga bueno el calificativo de ciclista infinito que le atribuyen en el documental que repasa su trayectoria es un motivo de orgullo igual de extenso para el deporte español. Su exhibición en la Vuelta al País Vasco –séptimo en una clasificación que perfectamente podría confundirse con la del Tour– días después de su exhibición en la clásica de Miguel Induráin es como para llevarlo a hombros de vuelta a su Murcia natal. Lo malo es que también deja patente que a los que deberían darle el relevo en el ciclismo nacional aún les queda mucho para estar a la altura.