Uno se sienta a ver la entrevista a Miguel Bosé con la intención de recargar su arsenal de chascarrillos sobre esa caricatura en que hemos decidido que se ha convertido y le golpean de pleno con la persona. Lúcida, cultivada, elocuente, sensible. El hombre que seguía ahí, contra todo nuestro pronóstico. Y se nos van momificando las mofas en la garganta, sin llegar a salir. Y hasta nos sentimos un poco miserables y parece que nos quiere aflorar algo parecido al arrepentimiento. Menos mal que es momentáneo. El domingo emiten la segunda parte de la charla, la del Bosé negacionista y ya podemos volver al escarnio.