No se sabe si lo que está pasando con las cartas amenazantes es más preocupante por lo que supone o por el uso que se está haciendo de ellas. Especialmente cuando parece que la izquierda está haciendo girar toda su campaña electoral madrileña en torno a unas acusaciones muy serias y por ahora indemostrables a los simpatizantes de derechas. El fervor de los días previos a unas elecciones es así, a veces se habla de más, pero arriesgarse a decir quiénes son los responsables de los envíos y que luego se descubra que en el caso de la navaja ensangrentada que recibió la ministra Maroto el autor sea un hombre con problemas mentales que incluso había puesto sus datos reales en el remite es como para esconderse debajo de una piedra y no salir en un año. Igual no saben que al convertir una amenaza de muerte en un circo los puntos de empatía caen en picado, tanto que más de uno empieza a pensar que algunas de las barbaridades que soltó Monasterio igual tenían una minúscula parte de verdad.